FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Recuento random con escaso esfuerzo neuronal: en un mes, Cristiano es acusado de violación, dos internacionales rusos acaban una juerga hostiando a todo quisqui, Ronaldinho, nuestro Ronaldinho, abraza la extrema derecha más vomitiva, Turan le rompe la nariz a un pájaro y aparece después en el hospital con taja, moco colgando y pistola, Maradona se deja entrevistar en la tele con un ciego asombroso para insultar a Messi. Etcétera.
Invariablemente, los parones de selecciones siempre dejan espacio para los disgustos. Y en esta ocasión tenemos que volver a meter nuestras feas narices adultas, con nuestros juicios adultos y nuestra presuntamente evolucionada escala ética en un mundo donde no existe la decencia, ni la moral. «Sólo los alegres, inocentes y crueles pueden volar», decía Barrie en Peter Pan. Sería un gran lema para inscribirlo en la entrada del túnel de vestuarios, mucho mejor que la mierda esa del This is Anfield. Sólo los alegres, inocentes y crueles, sólo los niños. Sin normas, ni castigos, ni juicios, ni mierdas. Sólo el caos cinegético, la pelota y el azar y los gritos, el caos y la entropía. Por eso amamos el fútbol.
Pero lógicamente, las conductas públicas de los mejores -de los más alegres, los más inocentes y de los más crueles- generan debate. Porque, por desgracia, el mundo no es un partido de fútbol que dura lo que la vida, y hay incómodos recesos de entre tres y cuatro días entre partido y partido, hasta de semanas cuando juega la Camacha. Y ocurre que los machos alfa de este deporte salvaje resultan ser verdaderos bárbaros en su conducta privada.
El asunto, lamentable, es escasamente sorprendente. Si hasta los directivos bancarios de países civilizados se manejan como verdaderos cabestros, qué no va a hacer un futbolista. Les cuento: el jugador profesional se ha pasado la infancia tirándole caños al futuro ejecutivo nerd, que por lo demás se crió con poco carisma y menos éxito social. El futbolista, ay, lo ha tenido todo desde siempre. El bueno del cole, el bueno de su barrio, vaya abdominales, mira qué chándal, lo fichó un grande, fue con la sub-18, debutó en Primera, jugador de Champions, anuncia Danoninos, firma autógrafos todo el día. Su vanidad creció a un ritmo desproporcionado, y aún no había llegado el dinero. Ni el resto del pack Larry: mujeres, coches, Instagram, casas, vacaciones, publicidad y contratos.
Es tal el éxito, tan descarnado, rotundo y sin matices -estrella del fútbol en el Planeta Fútbol- que estos niños en cuerpo de atletas acaban a menudo convertidos en verdaderos indeseables. Tanto, que en los grandes clubes el antiguo departamentito de atención al futbolista se ha convertido en un verdadero hangar de señores Lobo que recorren la ciudad con escoba, recogedor, abogado y chequera para minimizar y silenciar desastres. Muchos Pulitzers esperan a quien haga hablar a alguno de estos supernannies de las estrellas.
Lo cierto es que a cada nueva barbaridad, se refrenda más esa certeza absoluta de que enteramos de la misa la mitad. Son dioses, y por tanto verdaderos cafres. Cuando eres el rey en el campo de fútbol, en este siglo y en este mundo, eres el rey fuera. Piensen que no es lo mismo ser el mejor haciendo Excels, cerrando negocios o mejorando operativas industriales que dándole patadas al balón. Es el balón lo que puebla nuestros sueños: la naturaleza de los sueños humanos es simple, infantil y futbolera.
Pero tal vez debamos plantearnos si no tenemos parte de la culpa. Está bien reprocharle a Ronaldinho que no se haya profundizado en el pensamiento de Kant o Rousseau, pero igual también hay que plantearse si es normal que desde los seis años vivamos pendientes de la pelotita, que los resultados alteren nuestro estado de ánimo, que organicemos fines de semana, vacaciones y horarios laborales en función del balón, que elijamos amigos, pareja y familiares en función de sus preferencias futboleras. Da un poco la impresión de que nuestro planeta es todo una locura repleta de ecche homos y que ahora nos hemos propuesto exigir cordura a las vedettes del manicomio.
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