FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
«And like a lot of dreams it had a monster at the end of it»
True Detective
-Al final vendrá papá y os cagaréis.
Y pasan los años y se repiten las amenazas y las actitudes no mejoran y la cosa se va pudriendo y el desastre ya sólo lo tapan los fuegos artificiales del 10. Y el temible papá que ha de venir un día ya no es papá, es el hombre del saco, y luego ya el yeti, la orca asesina, Drácula, el Leviatán, un kraken, Satán y ya en última instancia, Koeman.
La vida de los clubes tiene continuidad a lo largo de las décadas y las generaciones. Sólo muy de vez en cuando aparecen palurdos capaces de poner al Tata Martino a entrenar al primer equipo del Barça. Pero por lo general, hay gente que está en el bombo para asumir el cargo y gente que no, con un patrón sencillo: si has estado en el Barça y tienes una mínima ascendencia y reconocimiento, adelante. Por explicarlo fácil: que Guardiola sería entrenador algún día era obvio -si mandaban los buenos-. Que Xavi lo será algún día está descontado. Era lógico que de una generación mágica como el Dream Team, que bebió de las fuentes de Cruyff, surgieran un puñado de candidatos. Amor, Bakero, Eusebio… todos tenían números, como los tendrá Busquets en el futuro. Era lógico pensar también que si algún día nombraban a nuestro idolatrado Stoichkov como entrenador, señal de que estábamos en la más absoluta mierda. Esta historia acababa en un nombre: al final venía papá, y nos cagábamos todos.
Porque Ronald Koeman, muslos como lechones, encarna la mano dura, la segada, necesaria o no, la visión más cruda de aquel equipo único. Mandaba en corto y en largo, imprimía carácter, la ponía donde quería y raro fue que no rompiera jamás una red. Claro, después de su destrozo en Valencia (ganó la Copa y salvó la categoría de milagro) dejó ahí grandes amistades. Como Albelda. Como Cañizares. Como Joaquín. Uno se pregunta con qué dedos de cirujano engarzará el hombre del saco tantos talentos como los que tendrá a sus órdenes, tantos policampeones, cómo gestionará semejante crisol de vanidades. Uno se lo pregunta, y es Tigana el que responde:
No neguemos, no seamos palurdos, que la disciplina es un bien que hace avanzar a una tropa, especialmente si está compuesta de gandules y cojos. Sin un liderazgo fuerte seguramente era imposible avanzar, después de haber visto la triste descomposición de dos finos estilistas como Valverde y el pobre Setién. ¿Acaso creen ustedes que Cruyff era un entrenador a quien los futbolistas quisieran ver por la mañana? ¿Acaso no han oído hablar de los tríceps de Ten Cate? ¿Creen que la furia de Guardiola era un espectáculo apto para niños, Unicef y el Super3? ¿Les indica la mandíbula de Luis Enrique, sus gafas de sol de sociópata, que creyera en la paz y la concordia? Pues ellos son los que ganaron Champions.
En efecto, la agresividad, la violencia, tienen un valor real en un deporte de contacto. Si no creen en ello, pueden buscar a un ilustre boloñés llamado Gianluca Pagliuca y preguntarle.
Koeman está aquí. Mucho malo hemos hecho y seremos castigados por ello. En nuestras más salvajes libaciones podemos llegar a creer que la cosa pueda funcionar, en fin. Más importante será recordar que nuestra alianza con el Señor Oscuro sigue más vigente que nunca: «Todo nos da igual, que el equipo se hunda, que el vestuario se pudra y que el club arda, con tal de disfrutar hasta el último minuto de fútbol del Dios del Balón». No olvidemos que el 10 que echaremos de menos el resto de nuestra larga y empobrecida vida juega aún, y lo hace para nosotros. Y eso vale más que ningún hombre del saco.
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