FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Han pasado 48 horas y el mundo del fútbol anda conmocionado por cosas de dineros, por la eterna afectación de los nostálgicos, por asuntos más profundos e importantes vinculados a la meritocracia. Han pasado dos días, pero en este agujero no dejaremos pasar la ocasión de dejar escrito que la Copa del Rey 2020-2021 es la más grande que vieron nuestros viejos ojos miopes y ligeramente astigmáticos. Enumeremos: frustrante ejercicio de paciencia contra el Yashin de Cornellà, remontada en Vallecas en otro día de desesperante mala puntería, milagro para el recuerdo en Granada, tremenda remontada con triple alarido ante el Sevilla… Y en la final, el Athletic.
El Athletic del romper piernas y subir la nariz, el de presumir de ADN y valores para no pagar impuestos, el de los Clementes y los Gurpeguis y la idiotizada claca que lleva décadas repitiendo tópicos sobre leones, catedrales, rugidos y gabarras. El Athletic, el mismo que en enero nos birló la Supercopa a base de balones colgados y contragolpes y un punto de suerte.
Era el minuto tres y ya parecía aquello un partido de adultos contra alevines. Una jugada tras otra, Busquets, Pedri y De Jong aparecían libres y entre líneas. En un día por muchos temido porque podía ser la última final de Messi, La Bestia Parda nos quiso recordar cuál es su leyenda y cómo de vigente sigue para firmar otros dos goles de antología: uno, por prodigioso, el otro, porque este clásico de las jugadas que permanecerán en nuestra memoria (Alba para atrás, Messi para adentro) no lo habíamos visto en una final.
El varapalo fue tal que debemos admitirles que por un rato olvidamos la Ley de la Selva y la necesaria crueldad del fútbol. Pobre Athletic, que quiso enterrar al postrero Messi, como aquel pobre Sevilla, que en su día quiso privar a Iniesta de una juerga en su adiós. Pobre Athletic, que acabó aplaudiendo al Barça sin dar un palo de más y puso, en esta Caverna tienen valor esos detalles, la primera piedra a una eventual reconciliación.
Y sí, igual que la Liga del 94, cuando remontamos con Romário y Stoichkov; igual que en la Champions del 2011, cuando ascendimos a la perfección del fútbol y Abidal levantó la Copa; la Copa del 2021 queda ya en el Olimpo de la memoria. Costará mucho firmar otra igual; será difícil que volvamos a querer tantísimo a Messi en un día grande, y raro será que en una final el balón nos recuerde que seguimos siendo nosotros, y que estamos de vuelta.
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