FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Una década después, el Barça comparecerá al Clásico sin tejidos muertos, sin lastres, sus obispos fariseos, sin artistas del autoodio. No siempre nos fue mal, cierto, pero en un partido que se decide en detalles, o más probablemente en un olimpo lejano de espíritus, en algún futbolín olvidado en un sótano, suma tener un presidente que te va a favor, que sabe quién fue Cruyff y que no se haya levantado esta mañana pensando en con quién le toca disculparse hoy.
Vuelve Laporta y en efecto, se acaba la hora de pedir perdón, porque ha comenzado la de divertirse, de tatuarse el escudo, de olvidar la pesadilla qatarí y la basura sin fondo del bartorosellismo. Ante un Barça-Madrid, donde nos va la Liga, y cosas más importantes que la Liga, está bien que los jugadores pisen el Averno sabiendo que las renovaciones y los fichajes los hará alguien que no decide por sondeos demoscópicos, que quiere ganar y que levantó un club moribundo en 2003.
Vuelve Laporta y el Barça abandonará la zona gris, gris oscuro casi negro, en el que le sumió cierto establishment, y seguramente volverá a incomodar a quien por su historia debe incomodar. Todo ello debería llegar como una consecuencia de practicar el cruyffismo, de seguir ese rumbo de poner el balón por encima de todo y de ser quien uno es sin complejos ni culpa.
Y cierto, Laporta no es Jesús de Nazaret, y nos cuesta imaginar que en su segundo mandato sea Gandhi y Mandela y la Madre Teresa. Pero nos conformamos con rogar a los cielos que este Joan-Palito-Palito se sepa el papa de una Iglesia en que dios es el fútbol espectáculo y que no se vea tentado para ser algo más que eso. Su primer trabajo será que el de mañana no sea el último partido de Messi en Osgiliath, porque Messi merece volver a gritar muerte en un Bernabéu lleno. Tiene tanto que hacer, Laporta, tantas bajas que dar, que se hace urgente que anuncie ya un cuerpo técnico de gente que pueda, de gente que quiera y de gente que no trabajaría en el Barça como en cualquier otro lado, sino que ve el Barça como la misión de su vida.
Habrá pasado una década en que nos presentábamos en Madrid con unos dirigentes avergonzados de ser catalanes, y convendrán que éste ha sido un Barça desnaturalizado. Tampoco le pedimos a la vida que La Banda se presente en el Camp Nou con equipos que dan espectáculo, sin tres carniceros en cada once o con entrenadores que saben de fútbol, con quién sabe qué fórmula distinta al cinismo cósmico que lleva pegado al escudo. El Barça-Madrid, once contra once, siusplau, gràcies.
Las elecciones, sí, se acabaron ese día. Y el fútbol, también, comienza hoy: ganas de volver a veros.
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