FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Doy por seguro que también ustedes tienen camisetas de la suerte, calzoncillos que usan sólo en partidos clave, la bufandeta del iaio que les protege del infortunio en Champions, una emisora de radio prohibida porque da mala suerte. Pues bien: en esta Caverna, tenemos mucho de lo citado y aún una última patología, consistente en que nos hemos convencido de que cuando la puta vida nos impide ver un partido, perdemos. Ocurrió el juves: sólo pudimos ver la primera parte del Barça-Granada. Íbamos 1-0, gol de Messi, ningún peligro. Pero sí hubo un detalle inquietante. Antológica asistencia de Busquets, queda Messi sólo ante el portero, y éste desvía el balón del 2-0. Un plano de las cámaras capta a Busquets arrodillado en el césped con las manos en la cabeza, en un wagnerismo poco habitual y menos tranquilizador. El final ya lo saben: el día que había que ponerse líderes, aprovechando la formidable inercia de las 15 victorias en 17 partidos, cagada, derrota, terceros, el único de los de arriba que ya no depende de sí mismo y la sospecha que nos quedaremos sin una Liga maravillosa para cerrar la puta pandemia.
En pleno reinado del true crime y con los más sangrientos delincuentes erigidos en estrellas pop, el desastre de Granada tiene un aroma mucho más cotidiano, y por ello más terrible. Los del piset a Gràcia y el només ens falten 13 anys i set mesos d’hipoteca no tememos a José Bretón, con esa mirada demenciada. No, tememos ese espantoso accidente del bebé que dicen que dicen que se ahogó en la bañera, que justo había llamado la cuñada, y ya saben cómo casca la cuñada, pero si fueron sólo 90 segundos, por dios. En nuestro civilizado mundo de interfonos, puertas blindadas y triple cerrojo, no es Pedro Jiménez quien nos quita el sueño, sino esa olla de agua hirviendo que por un incomprensible accidente de la física pierde el equilibrio y se precipita sobre el niño, secuelas de por vida, no te lo perdonaré, qué hacías. Convendrán que el Tamudazo fue sucumbir ante un asesino a sueldo; Duckadham fue un David que nos acertó en plena sien con la piedra; Liverpool fue una estampida de ñus que peleaban por su vida. Pero ay, el Granada. Esos pobres padres que olvidaron al bebé en la sillita del coche, con ese calor, pobret, qué final de espanto, que la vida les sea breve y con enormes dosis de drogas a sus padres. Además, son dramas que no dejan de ocurrir. En 2007 fue un absurdo empate ante el Betis que se nos llevó aquella Liga. Una década atrás, el doble descarrilamiento ante el Hércules de Alicante, su mejor jugador era el tal Gabi Amato, no sabemos en qué categoría andará el equipo o si el delantero juega aún, suponemos que no, pero es que ya era lento por aquel entonces.
No hay nada peor que el horror cotidiano de la derrota absurda contra el rival menor. La vida, como el fútbol, es una hija de puta y de perderla, nos sentimos con derecho a reclamar que sea en plan Conan, sucumbiendo a terribles enfermedades incurables, a un terrible accidente entre coches, camiones, helicópteros. Un Bataclán. Es tan hija de puta que no, que un señor que va en bici se traga una avispa y la palma -vaya, leemos que era un fascista de tomo y lomo-, o no sé qué bacteria de una lata de cerveza nos lleva a la tumba, o un constipado mal curado, que no era nada, lo convierte todo en negro, o vuela un azaroso tiesto de un balcón en un día tampoco tan ventoso, y ay. Qué duro comprender que no todos los finales son heroicos, y que tantos son absurdos. Qué duro estar cepillándote los dientes y súbitamente viene el Granada y te cruje, adiós.
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