FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Hubo un tiempo de derroche y belleza en que cada partido era una fiesta. El equipo jugaba, arrinconaba al rival y acribillaba su portería. Las goleadas se sucedían; las victorias caían una tras otra. En aquella época habríamos dado un brazo antes que perdernos un partido, éramos conscientes de que aquello era una época como ninguna otra. Fueron los tiempos en que como un reloj, ganábamos cuatro de cada cinco partido (el día del borrón se consagraba a san Mascherano, a san Melenas Fraudulentas, ¿recuerdan?). Y ésa era la vida buena.
El vértigo ha vuelto a nuestra vida, lo habrán notado. Y lo ha hecho, para mayores gozos, acompañado de un equipo alevín y poco fiable, dado a las calamidades, también a ratos de fútbol sublime y que por momentos inclina el campo como hacía tiempo que no veíamos. Y ha sido así, por sorpresa, como hemos recordado lo que era ganar cuatro partidos en fila india.
Este Barça de Xavi se ha aferrado a su condición de depredador sin un líder claro sobre el campo. En el césped, el plan es de Busquets, sí. Y todos buscan a Pedri y súbitamente tenemos varios delanteros que comprenden el juego y desequilibran, sin que lo uno sea la negación rotunda de lo otro. Y las ocasiones se suceden sin que a cada llegada al área debamos pedir un deseo; ahora, cuanto más duran los partidos, más probable es ganarlos. También se ha dado otro fenómeno extraordinario: miramos al banquillo y no pasamos vergüenza. No sólo eso: ahí encontramos tres tíos que pueden cambiar un partido y a los que nos hubiera encantado ver de inicio.
Ahora que volvemos a reconocernos en el espejo es sanísimo recordar que la receta siempre la hemos conocido y que fueron otros los que renunciaron a ella. Culerada toda, que la venganza por los tiempos oscuros sea nuestro retorno a los bares: juega Pedri y ya huele a primavera.
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