«Una fanática y abigarrada banda de fracasados decididos a hacerse ricos de repente y que, para ello, están dispuestos a cometer cualquier acto de violencia y cualquier delito».
Stefan Zweig, Momentos estelares de la humanidad
San Mourinho pidió justicia y el fútbol le ha dado justicia. El músculo y la valentía del joven Borussia enterraron el martes al equipo más infame que hemos tenido la suerte de conocer. San Mourinho, apóstol de las redacciones deportivas madrileñas, ve cómo su tiempo en España se agota con un balance lamentable para el equipo más caro del planeta: tres años para lograr una Liga, una Copa y una Supercopa de España.
Permítanme que sea puntilloso y repase los éxitos de tres años de violencia fallida: la Liga la lograron sólo cuando el Barça se convirtió en el vestuario más laureado que han visto los tiempos, sólo cuando faltó, lógicamente, el hambre. La Copa. Qué decir de ese célebre partido en que once artistas del full contact se llevaron un título con un espectáculo digno de Tarantino. Y la Supercopa, sí, de la que mandaron una réplica de agradecimiento a Valdés, Mascherano y Piqué por esas tres cagadas. Pueden ustedes objetar que tal vez se lleven otra Copa del Rey, cierto. Pero nada cambiaría que con cuatro tristes títulos locales juraron ser mejores que un conjunto que sumó 15, seis de los cuales internacionales, y logrados con el mejor fútbol que se recuerda.
Hemos empezado por la plata porque es ése el universo en que se maneja San Mourinho. Pero entremos en el cómo. Hay futboleros criados en las selvas de los 60 y los 70 que aseguraban que en nuestra era no se juega duro, que duro era el fútbol en aquel tiempo. Todos callaron con el invento de destrucción de San Mourinho. Cuatro tíos a esprintar y el resto a repartir. ¡Genio! ¡Refundador del fútbol! Han sido años de hostias como panes, que dijo el poeta. Ahí queda su legado: un extenso catálogo de codazos, planchazos, patadas voladoras, segadas por detrás, pisotones en la mano y sí, también dedos en la cuenca ocular. Les sobraba el talento para ganar dando espectáculo y respetando el balón pero cuando se enfrentaron a los maestros del fútbol, sólo supieron pegar.
Tal vez algún extraterrestre pueda pensar que resultaría imposible encontrar a futbolistas de primer nivel mundial dispuestos a arriesgar de esa forma su fama. Pues los había, vaya que sí. San Mourinho ya demostró en el Chelsea y el Inter que no hay fuerza mayor que el fanatismo, y que es el fútbol un territorio propicio para los mercenarios. De ello vivió, cosa sencilla cuando se tiene la mayor chequera del planeta fútbol. Y ya de paso le hizo un sonoro corte de mangas a la cantera.
Para imponer su vergonzoso plan, san Mourinho gozó del apoyo incondicional del Ser Superior -a quien por toda la eternidad el mundo del fútbol debería recordar como el mecenas de los Pepes, los Marcelos, los Sabis, los Khediras y los Arbeloas-. Y jugó a la política romana, acuchillando a todo el que sí tuviera escrúpulos. Por el camino convirtió el periodismo de su ciudad en una charca apestosa. Durante el reinado de Florentino y San Mourinho, llegó a publicarse que el Barça se dopaba y se desplegó la campaña más demencial contra los árbitros que ha conocido este país. Fue, de verdad, la muerte de la inteligencia.
Pero no se precipiten con las lágrimas. San Mourinho deja un entorno crispado, un vestuario dividido con pesos pesados que -literalmente- no se dirigen la palabra. También un equipo sobrevalorado y henchido de orgullo después de tres años expuestos a las falacias de los medios. Digan adiós a este tiempo mágico, nunca antes fue tan hermoso ser barcelonista. Digan adiós al engendro. Si el fútbol se dignara ser justo una segunda vez con San Mourinho de La Meseta, este equipo, este horror, sería recordado por los siglos de los siglos por su nombre de pila. Sencillamente, La Banda.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
19 Comentarios
You must be logged in to post a comment Login