FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
En rigor, este Barça inmortal es un equipo que tiende a ganar todos los títulos y a ridiculizar a sus oponentes. En rigor, sus futbolistas forman una generación única construida alrededor de Xavi, Busquets o Iniesta; posiblemente nunca nadie haya tocado el balón tan bien. Pero gran parte de la fascinación que genera este equipo se debe a Leo Messi, 169 centímetros, tal vez el mejor de siempre en esto de chutar la pelotita. A cuestas de su voracidad y de la plaga de estadísticos que muñen el balón, en los últimos meses le hemos descubierto una virtud más: la de transportarnos décadas atrás.
Así hemos gozado de cómo Messi se vengaba de Ronaldo por nosotros y anulaba su ridículo registro de 47 goles en una temporada. Con su vieja sapiencia ante los porteros hemos recuperado a Romário, aquella frialdad, aquellas vaselinas. Con la final que jugó en Wembley, con su alarido en el 2-1, supimos cómo Stoichkov habría celebrado en caso de marcarle a Pagliuca. Con su visión de juego y su profundidad nos hemos reconciliado con Laudrup. Con su amor por las grandes citas y las causas perdidas, Rivaldo ha vuelto a nosotros.
Pero no todos tenemos una memoria tan corta. Este sábado, mientras la máquina de Tito completaba la tarea de hacer picadillo del Athletic, un señor que tendría 85 años se giró hacia nuestra mesa y dijo: «Acaba de empatar a César». Se refería a los 190 goles de La Bestia Parda en Liga. «¿Era bueno?», le pregunté a aquel culé. No respondió. Se le arrugó el gesto, emitió un sonido, de algún modo asintió. Aquel hombre humildemente endomingado se estaba trasladando a su juventud, a cuando les guiñaba el ojo a las señoras y bebía whiskies con sus amigos y no le dolían todos los huesos del cuerpo y Les Corts era una fiesta. Por ese viaje en el tiempo a la felicidad de su juventud, nuestro amigo pagó una cerveza y unas aceitunas.
Muchos como él viajarán pronto en el tiempo de la mano de Messi. Recordarán a Müller y el terror que desencadenó en los 70. Muy pronto, también, veremos a Maradona, y a Platini y Raúl y Cruyff y Pelé, y a todos a la vez, porque La Bestia Parda es todos ellos en cada gesto. Y así seguiremos catando el delicado placer de la nostalgia.
Posiblemente hay en esta Caverna quien escuche a Leonard Cohen para ponerse melancólico o quien se aplique otros rebuscados rituales masoquistas. No duden que dentro de 50 años la simple pronunciación de «Me-ssi» hará que evoquen, en un segundo, las alegrías de su vida y sus viejas heridas, y también los cánticos y cicatrices de generaciones de barcelonistas. Todo al módico precio de unas aceitunas y una cerveza.
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