FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Aquel equipo de colegio iba de rojo. Participaba en la Liga escolar, sinónimo de una competición donde los gordos, los malos, los negados, todos tenían su ración de minutos. El entrenador no sabía nada en absoluto de fútbol sala, nada, pero se sacaba unos dineros. Los únicos espectadores que seguían sus partidos eran padres buenistas, o gente temerosa de la vida familiar y sabatina. Ganar contaba, sí, pero de aquella manera.
No ayudaban a la competición unos esos árbitros no federados, con auténticos problemas de visión y que en ningún caso habían jugado a fútbol. En el vestuario no había problemas, salvo por aquellos hermanos que se sentían los Laudrup. Nadie cobraba un duro, por supuesto, y cada cual se lavaba su equipación en casa. De vez en cuando había que jugar con unos petos sucios de meses que habrían impresionado por su hedor hasta a un caballo.
Con el tiempo, conocí aquella otra casa, lujosa, con preparadores físicos, fisioterapeutas, ayudantes. El entrenador era un cabestro, en este caso uno que obtenía una íntima satisfacción insultando a los adolescentes que éramos. Los minutos se ganaban con sudor y también con entradas duras en los entrenamientos, había viajes, un montón de ropa de marca que lavaban en el club y la mayoría de jugadores cobraban. Pero el fútbol sala seguía siendo una cosa cutre y eso lo impregnaba todo; la pista en que jugábamos ya no era de cemento pero tenía nombre de prostíbulo (El Picadero). La delincuencia lo impregnó todo. Se formaron bandos en el vestuario, había jugadores que nunca jamás pasaban el balón a determinada gente, había insultos y piques y-lo más maravilloso- había por lo menos tres energúmenos que robaban a sus propios compañeros. Chancletas de ducha, toallas, bambas, nada escapaba a su inquina.
En aquella época entrenábamos en una pista dura, apodada Siberia, junto al Camp Nou. Los cazadores de autógrafos nos veían y lógicamente nos ignoraban, al acabar no era raro que alguien saltara la verja y corriera hacia el metro por miedo a quedarse tirado. Todo bastante cutre, lejos de la élite todo lo es.
Han pasado tres lustros de aquel equipito que iba de rojo y resulta que el Bosco Rocafort, tras una decena de ascensos, juega en Nacional B. Es, agárrense, el segundo mejor equipo de los miles de ellos que hay en la ciudad de Barcelona. Por delante sólo tiene al Barça, que juega en División de Honor y que ganó este fin de semana el primer título de su historia. Nada mal para un club en que no hace tanto la gente se robaba las chancletas en el vestuario.
Hoy, cuando se cumplen tres años de la creación de este rincón, quería rememorar todo eso. Porque a pesar de todo, hay que perseverar.
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