«Me obligué a no sacar conclusiones. Sabía que el motivo de mi rechazo era, en parte, estético. Los asesinos en serie me aburrían e irritaban. Constituían una rareza estadística en la vida real».
Mis rincones oscuros
Permítanme que les hable de James Ellroy, uno de los grandes de novela negra de nuestros días, autor de LA Confidencial o La Dalia Negra. Su obsesión con el mundo del crimen nació cuando tenía 10 años y fue encontrado en plena calle de Los Ángeles el cuerpo muerto y semidesnudo de Jean Ellroy, su madre.
Aquel homicidio fue uno de esos casos que se convierte en un rompecabezas demencial para la policía. Tras meses de frustrante investigación, el caso se cerró sin ningún sospechoso firme más que un hombre de origen «italiano, griego o mexicano», según los testigos, de quien nada se sabía. Llegó a hacerse un retrato robot del asesino, pero de nada sirvió: 40 años después, Ellroy hijo reabrió la investigación junto a un sheriff de Homicidios y convirtió en libro su búsqueda. Mis rincones oscuros es una obra recorrida por el afán de saber de un huérfano roto por una ausencia de décadas y presidida por la figura poderosa de un asesino ausente a quien Ellroy denominó El Hombre Moreno.
El fútbol es un espacio social que da cobijo a todo tipo de especímenes: vividores, currantes, artistas, dipsómanos, obsesos y, por supuesto, asesinos. De esta última especie es Villa. Nació para matar, que en fútbol no es otra cosa que vencer porteros. Con su mirada de niño vengativo y sus ancestros mineros, ¿qué otra cosa podía esperarse? Lo suyo es el gol y la muerte. Con los años ha perfeccionado su técnica asesina. Golea en partidos clave desde lejos. Golea instantes después de fallar un penalti. Golea como un artista en el nido del mal (3′ 08″).
Ellroy saca algunas conclusiones en su libro que retratan la condición humana, en general, y de los hombres, en particular: «Los hombres necesitaban menos motivos para matar que las mujeres (…) Los hombres mataban a las mujeres por capitulación. La muy puta no les dejaba hacer lo que les venía en gana. La muy puta cocía excesivamente el bistec».
Villa, natural born killer, lo sabe bien. Denle la bienvenida: es nuestro Hombre Moreno.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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