«Esta semana habrá muchas lágrimas». Ésta era la confidencia de un menor de edad internacional español hace sólo unos años cuando hablaba de los descartes de final de temporada en el Juvenil A del Barça. A menudo pienso en esas lágrimas de los chavales cuya mayor virtud no es la calidad, sino su voluntad de ganar vestidos de azulgrana.
El último anuncio de Nike debería seguir en la retina del barcelonismo mucho tiempo. Hablábamos esta semana del legado de un equipo que se jugará la gloria sin Xavi, Iniesta, ni Keita, de un equipo que ha ganado todos los partidos donde se jugaba la vida en los últimos dos años. Concluíamos que ha desterrado el pesimismo del siglo pasado y ha exhibido el modelo de la cantera: los juveniles de la Banda han ganado este año la Copa, algo que no ocurría desde que lo hizo con Mata, que no llegó ni a debutar en el primer equipo.
En ese tiempo, el Barça lo ha ganado todo con mayorías absolutas de chavales de de la casa, con los que conocen la esencia y crecieron suspirando por una oportunidad. Ante el miedo al Maracanazo, los azares del fútbol y la alquimia de Clemente, este Barça merece fe ciega. ¿Saben a quién hay que poner de medio centro? A un tío que se llama Daniel Morer, centrocampista del Alevín A, tiene 12 años y está preparado. O a Amadou, que tiene 14 y ya está en el Infantil. Ni les cuento de Jon, que es cadete a sus 15, o de Gustavo, que es todo un juvenil.
O que pongan a mi tío, tenía mucha clase. O a mi hermano, que corre el triple que cualquiera de ellos. A Javi, que sonreía mientras jugaba. Que Pep ponga a quien quiera, esta ola ya no se frena. Señores, som campions. Este cavernícola no lo podrá ver, tiene una cita con sus ancestros como también la tienen Messi, Pedro, Bojan o Piqué. Si se apiadan de su alma y quieren mandarme sus mensajes informando del partido, aquí serán publicados cuando abandone el teatro.
Durante esas dos horas, estaré haciendo un trabajo muy serio: sentado, a oscuras, pensaré en Francesc Vidal y en el viejo catastrofismo de la familia. Será un exorcismo contra la desgracia culé. Dos horas después, habrá fiesta en las calles.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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