El Barça ya es el campeón perfecto: aplastó en el relato, fue intratable en los partidos clave y lo celebró con pasión. Canaletes no se había cansado: tras seis títulos en 12 meses, ayer hubo locura para rato en el séptimo. Gente trepando a los andamios, a las paradas de autobús, a los kioscos, a los semáforos y a la fuente más feliz del planeta. El furor escalador servía para celebrar el K-2 de repetir triunfo -siempre más difícil- y el año en blanco de La Banda más cara que vieron los tiempos.
En la noche barcelonesa hubo pancartas compuestas por calzoncillos sucios de Florentino & Cía, hubo máscaras con fotos de Inda, Roncero o Pedrerol y hubo ríos de cerveza y cava. La fiesta había tardado demasiado porque este deporte nuestro es así de absurdo y esta Liga así de floja: de haber sido maratón, este equipo de Guardiola habría sacado media hora a sus rivales.
Pero además de la locura y la alegría, en las caras de la ‘culerada’ se intuía ayer una serena satisfacción. El triunfo sobre el eterno rival dejó una sensación de paz, de justicia poética. Como si el triunfo futbolístico y la humillación del rival fuera una cuestión de orden cósmico, de ahí que la fiesta reflejara más paz interior que ganas de recordarle al mundo que no hay equipo comparable a éste.
Una vez más, hubo anoche melancolía por la temporada que acaba y por los larguísimos dos meses que quedan antes de que este equipo único vuelva a alegrarnos la vida a nosotros, los barcelonistas, que no somos otra cosa que gente de orden con vocación de justicieros y, por supuesto, un paladar finísimo.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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