A 48 horas de la guerra de Old Traford me veo obligado a escribir sobre ese asombroso bípedo llamado Cristiano Ronaldo. Su nombre le define: ha hecho olvidar al explosivo ariete brasileño que amenazó con eclipsar a Pelé a finales de los 90. Su aceleración es tremenda, y sólo a base de faltas, agarrones, anticipación se salvó el Barça en el Camp Nou.
No voy a ocultar que me he pasado años acusando a este delantero que este año suma ya 39 goles de ser el heredero de Beckham como mayor fraude del mundo del fútbol. Tres razones había para que ensuciara el nombre de este artista de las Azores. El marketing, la vergonzante incapacidad de los defensas ingleses y una pasión tan exagerada por la noche que hacía imposible pensar que de verdad quisiera alcanzar la cima. Di Stéfano dijo hace poco que le parecía el número uno: «Es el más rápido», razonó.
Pero además, la estrella del United se llama Cristiano, y eso me ha traído a la memoria a un extremo que en los 70 jugó en el Sabadell y el Murcia y se llamaba Cristo. Era extremo, veloz y de buena técnica. El gran Julián García Candau asegura en La moral del Alcoyano que si no triunfó se debe en gran medida al miedo de la prensa de la época a titular cosas como «Cristo salvó al Sabadell» o «Cristo ficha por el Madrid». Tras años de injusto silenció mediático, el hombre se fue al modesto Palencia.
La estrella del United, con ese nombre suyo, nos traslada también al terreno de las creencias. Por eso cuesta pensar vaya a acabar con el Barça: Abidal y Touré son musulmanes, y Zambrotta, Puyol, Valdés y Milito no tienen otra creencia que la evidencia de que o ganan, o arde el Camp Nou. El siete del Manchester, además, es portugués, con lo que arrastra la leyenda del derrotismo y la melancolía de un pueblo acostumbrado a las grandes catástrofes.
Pobres cristianos, que acababan sus días entre la cruz y los leones.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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