Ya ha perdido la inocencia pero cada vez que se lesiona rompe a llorar. Lo hizo a los trece años, en su segundo partido con el Infantil B del Barça, cuando un central del Castelldefels le rompió el peroné, y lo ha venido haciendo a cada nueva despedida del balón.
Parece que su talento sobrehumano y su asombrosa aceleración le vinieron dados con la condición de usarlos sólo cinco meses al año. Cada vez que lleva cuatro semanas imitando a Maradona, su nombre entra en un luctuoso sorteo en el que antes habían estado gentes como Overmars o Prosinecki. Su físico, su pasado, su explosiva juventud y su fe ciega en que sin balón no hay fútbol y que la prevención de lesiones es una quimera le han llevado a este callejón.
¿Qué hay que esperar de este Barça huérfano de vértigo? Por una parte, que su ausencia ayude a unir al equipo y pique el orgullo de los delanteros. Si la luna le respeta, Ronaldinho estará a su mejor nivel físico en quince días. La desesperada voracidad de Eto’o siempre está ahí. Y tal vez Henry, en su cinismo, recuerde que las notas de la temporada se ponen siempre en primavera.
Pero sobre todo hay que esperar que seis semanas no sean nada, que el equipo sobreviva hasta semifinales de la Champions y que los médicos y fisioterapeutas del club recuperen la vergüenza. De ese modo, Messi emulará desde finales de abril el gol de Maradona al Estrella Roja, el de Ronaldo al Valencia y el de Romário al Madrid para caer lesionado justo antes de la final de Moscú.
El Camp Nou habrá completado de nuevo el ciclo de las lágrimas, la ley de Messi, esa leyenda fatal e irresistible.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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