Hay algunos secretos que se pueden resumir en una sola frase, palabras que resumen siglos de sabiduría y oscuros sortilegios que rara vez ven la luz. Cuando lo hacen, pueden desatar tormentas, desastres y auténticos leviatanes.
Cuento esto porque poco después de ser injustamente destituido del Real Madrid, Fabio Capello tuvo un acto de resentimiento con el club blanco que quedó recogido en los diarios. Hoy sabemos que sus palabras eran un mensaje cifrado para el Barça, para los Valdés, Puyol, Márquez, Milito y Abidal. Dijo así el hechicero: “Remontamos en los minutos finales por las ganas, por el espíritu, por el convencimiento… La cosa más importante en el fútbol es estar convencido”.
De un plumazo, Capello desvelaba su propia fórmula –que le valió para ganar ocho títulos de Liga- y desmontaba el mito de 100 años de triunfal historia del Real Madrid. Y daba al Barça, además, la clave para volver a imponer su indudable superioridad futbolística.
El mes de febrero es un mes aparentemente inútil en el devenir de los campeonatos. Pero ocurre que es precisamente la rampa de lanzamiento para todo lo bueno que pueda ocurrir en el futuro. Es el mes idóneo para que, de un día para otro y sin ninguna razón que lo justifique, los jugadores se miren y se crean que van a ganar. Viendo lo que ocurre sobre el césped a día de hoy, se diría que sólo nuestros defensas están convencidos, pero quién sabe, con la primavera a la vuelta de la esquina tal vez eso se contagie al resto del equipo.
Los que tienen fe, rara vez pierden. Miren al pobre Capello, insultado hasta la saciedad, con esa mandíbula de culturista, esas gafas de intelectual fraudulento. Ocho ligas y una Champions le contemplan. Sabía convencer a sus hombres.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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