Leyendas

Oh, capitán

14 agosto , 2014

«¿Quiere saber algo de él?», cuenta un anciano que compra queso y bacalao en el mercadillo de La Pobla de los miércoles. «Una vez, hace ya años, vino un circo y él le pidió a su madre que le comprara un disfraz de superman. Rosa se negó. El niño cogió luego una rabieta y se tiró del balcón». Leyenda o no, Javi, su amigo, lo piensa unos segundos y dice al final: «Lo de superman, no lo sé. Pero que se tiró de un balcón, seguro. No le pasó nada: es un hierro».

El País,  30-12-02

Ya lo saben: miles de temporadas después, Puyol ha dejado el fútbol y a este rincón le toca justificar sus años de inquina hacia un futbolista que nunca nos gustó. Aquí nos pareció un capitán sin carisma, incapaz de hilvanar más de tres frases en público e impotente a la hora de reactivar al vestuario en las dos caídas que vivió, la de la era Ronaldinho y la del fin de la era Guardiola. Y recordarán que como jugador le considerábamos poco más que un remake de los defensores ochenteros, heredero de Migueli o Gerardo, un bruto de esos de los que en Italia hay a patadas, un tío que habría encajado más en la Selección de cuando jugaba Camacho que en la de Xavi. 

Pero Puyol era un tío honrado y un superprofesional y tuvo la suerte de llegar al primer equipo en tiempos de Gaspart, cuando aquello era la nada más absoluta y la prensa necesitaba algo a lo que agarrarse. Cualquier cosa hubiese valido y valieron, cómo no, unos rizos desgreñados que barrían la defensa como un huracán. Recordémoslo, es de justicia: hubo un tiempo remoto en que había pocos delanteros en el mundo que pudieran superar a Puyol en carrera. En esa época de tinieblas, salvó al equipo mil veces de humillaciones aún peores. 

Fue en aquel entonces cuando se produjo una situación poco conocida: Florentino, el de los Becans y los Zidanes, le concedió a Camacho barra libre para fichar a cualquier tío del mundo. Cualquiera, ya lo saben, era cualquiera. Y Camacho respondió con un solo nombre: «Quiero a Puyol». Florentino, incrédulo, le insistió en que podía fichar a cualquiera. Y el breve entrenador de La Banda insistió: «Puyol». Las negociaciones existieron y el Gran Capità estuvo muy cerca de fichar. La oferta era, incluso para un central internacional de primer nivel, una absoluta locura. Fue del canto de un duro. Al final, desde su entorno más cercano alguien le recordó a Puyol que nunca más le mirarían igual en su pueblo, y aquello le ablandó y desistió. 

Con los años, la explosividad del Gran Capità fue remitiendo, y sus lagunas tácticas se fueron haciendo más visibles. Visibles para quien quisiera verlas, porque Puyol ha gozado, en la última década, de la cobertura mediática más asombrosa que se le recuerda a un futbolista del Barça. Había nacido la era del «Puyol acorta plazos». En la final de Champions de 2006 completó, junto a Márquez y Oleguer, la actuación más calamitosa que se recuerda a una defensa en un partido importante. Todo mal, sin excepciones. (Conviene recordar, por cierto, que en la final de 2009 fue lateral porque Guardiola prefirió a Touré de central, y que en la de 2011 fue suplente y entró a tres minutos del final). 

Pero amigos, ganó, ganó las tres.

Y ganó no por casualidad, sino porque fue clave con su trabajo y su esfuerzo en la insondable receta que conforma un vestuario ganador. Fuera su ejemplo, su trabajo, su horror a perder cualquier partidillo de entrenamiento o su peinado cimmerio, lo cierto es que él lideró la plantilla -no el equipo- más maravillosa de la historia azulgrana. Es cierto que con la llegada de Piqué, del Piqué futbolista, durante tres años fue clamorosa la diferencia de nivel entre uno y otro. Pero Puyol merece ser recordado como un tío que tenía seis y daba seis, y del otro ya muchos queremos ir olvidándonos.

Queda una última cosa por decir sobre el ahora ayudante de Zubizarreta, tremendo combo. Dicen de él que es una persona maravillosa. Para demostrarlo, nos dejó ese escalofrío inolvidable  de dejar que fuera Abidal quien alzara esa última Champions. Eso es la generosidad llevada al límite. Todo eso fue Puyol: un tío limitado que se tiró del balcón por su Barça. En esta semana de reconocimientos póstumos, bien merece oírlo: oh, capitán, mi capitán.

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