FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Diez años ya. Cumplimos una década de esperanza, sexo tántrico y veneración religiosa y es el momento de hacer balance y darnos cuenta que nadie hizo tanto por alargar nuestras vidas como Messi. Ya pueden ustedes ser valientes y comunicárselo a sus madres, novios, esposas, amantes, no olviden a su prole: la felicidad que les ha dado Messi nadie la alcanzará.
Y en esta semana de cataclismos es justo recordar que de entre la multitud de galardones que arrastra consigo su leyenda, uno destaca por encima de todos los demás: el de máximo goleador de la historia de los clásicos. Por esa montaña de felicidad, por esos 21 alaridos, se ha convertido en un mito, en nuestro mejor hombre, en el Mesías Redentor. Digámoslo: en La Bestia Parda.
Y desde la gratitud inmensa al cosmos y a las hormiguitas y a Blatter y las gotas del mar y a Doña Celia y en ningún caso a Rexach, podemos decir que ni homenajes, ni mierdas. Algo así propuso el inquietante y agradable señor Tebas días atrás ante la perspectiva de que La Bestia Parda supere a Zarra. Nada. Messi no necesita que nadie interrumpa el juego, Messi ya detiene el tiempo con esa mezcla de vértigo y pausa, con esos pases al espacio y esa atracción magnética que le empuja a la portería. Si marca el sábado y ocurre que el árbitro interrumpe el juego, se le pintará esa cara de frustración de cuando tu madre te llamaba a darle dos besos a la tía Concha, por dios bendito, y esa cara de desolación que se nos quedaba es el mismo gesto de desconcierto que se le pinta a Messi cuando su obra con el balón se ve interrumpida. La cosa podría ser peor aún. Se le podría poner esa sonrisa traviesa de cuando recoge Balones de Oro; en el Averno no merecen ver a un tío tan sencillo y tan feliz. Decididamente no; que no paren el fútbol.
Que no lo hagan porque Messi es feliz en el juego, desplegando esa inspiración sobrenatural, ese proceder de cyborg, ese recordarles a Cruyff y Maradona y Ronaldinho que jamás estarán a su altura. Ahí es feliz La Bestia Parda. Y les diré dónde más es feliz. Es feliz en el choque de civilizaciones que es el Barça-Madrid, en el combate griego por excelencia, en ese caos desencadenado, en la trinchera y el barro. Tal vez sepan de qué les hablo, hagan memoria porque ustedes estuvieron ahí y fueron felices con él:
En efecto, si amplían la imagen, verán el mazazo pintado en la cara del joven demócrata de la camiseta de España. Ahí Messi fue feliz. Y sí, verán también a una señora que fue al fútbol con vestido de topos y aún recuerda que aquel día aprendió unos insultos.
Aquí resulta interesante la estupenda peineta de la morena de la izquierda, a quien llegamos a vislumbrarle el sujetador mientras su acompañante, parece preguntarse qué habrá hecho La Bestia para hacer gritar a su novia como él nunca ha logrado antes. Y sí, el diez fue feliz.
En este otro instante formidable, Casillas, se resigna, es la rendición de quien sabe que alguien le levantará a su chica del baile en un total de 17 ocasiones, 17. Y escuchen en la imagen el sonoro silencio que se hizo en ese instante, y en esas seis sonrisas, seis, que se dieron cita en ese rincón del Averno. Crec que era de felicitat.
Y qué decir de este otro momento. Olviden las peinetas y esos insultos y concéntrense en el señor del bigote y en el abuelo asustado que asoma detrás. Vean su naufragio: acababan de saber que Di Stéfano ya nunca será el más grande, acababan de comprender que pueden tener una decena de Copas de Europa en la vitrina pero allí había un tío que les decía que el metal puede ser suyo, pero el fútbol nunca lo será.
No lo será porque este juego, con su arte, sus gritos y su pasión, pertenece a Leo, a nuestro Leo, a nuestra Bestia Parda. Y no lo será porque el sábado toca homenaje.
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