FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Hay una Barcelona que es la de los reservados del Dry Martini, las reuniones en los despachos de Cuatrecasas, los pactos privados, las conversaciones sobre avales en oficinas de entidades bancarias.
Hay una Barcelona que convirtió a las agencias de detectives con pocos escrúpulos en auténticos factótums, una Barcelona donde los dossiers se guardan bajo llave hasta que llega el momento de filtrarlos a las redacciones que más convienen, donde la palabra dada no vale nada y donde las traiciones están a la orden del día. Una Barcelona en la que las maras salvadoreñas parecen un chiste.
Es en esos cenáculos donde el laportismo forjó su llegada al poder para hacer el mejor Barça de siempre y donde se gestó el engendro neonuñista de Sandro y Bartomeu para enterrarlo. En esa Barcelona hace unas semanas que atruena un silencio: el de la ausencia de Joan Laporta ante la inminente juerga electoral.
Ocurre, lo habrán oído, que desde hace meses se escucha un rumor: que Laporta no se quiere presentar poque alguien tiene algo gordo contra él, algo que haría público si da el paso. Uno se pregunta qué más puede tener nadie contra Laporta, después del acoso mediático, judicial e insitucional sostenido que ha vivido durante prácticamente una década. Nadie dice quiénes son esos oscuros poderes que le acosan, pero como siempre, puede pensarse en el recluso más célebre de Quatre Camins y en su guardia de corps. Se cuestionaron sus negocios en su despacho de abogados, sus gastos en el club, sus fichajes. Se filtraron imágenes de su vida privada para presentarle como un Tony Montana nostrat, muy dado a la rauxa y poco de fiar. De ahí que le hayamos visto en yates, en una piscina en plena boda italiana con la corbata por montera, de ahí que nos lo hayan pintado con los pantalones en el tobillo montando un chocho a la guardia civil en el aeropuerto, de ahí que le hayamos visto enloquecido en el Luz de Gas, de ahí que le conozcamos innumerables compañías femeninas. A estas alturas ha quedado claro que Laporta no es un monaguillo y que es persona de excesos. ¿De verdad un dossier o una foto más le tumbarían?
Quién sabe.
La habladuría y las fabulaciones han poblado Barcelona desde siempre; imaginen ustedes lo que ocurre en un año con cuatro elecciones. Pero este nuevo bulo nos llega a lamentar, una vez más, que el cruyffismo haya hecho tan poco por cuidar su línea sucesoria. Don Johan lleva 20 años en segunda fila y, como saben, su segundo se marcó un Saruman de manual. Cierto es que tiene en el bolsillo a la mitad de los barcelonistas, a esa mitad que ama el fútbol y sabe cuánto le debe, pero son inútiles sin una cara a la que votar. Laporta, a su vez, consiguió en las últimas elecciones que cuatro tíos se reivindicaran como sus herederos y el único que de verdad estaba ungido abandonó a medio camino. Ya puestos, ahí está Guardiola, que se niega en redondo a hacer movimiento ninguno feliz como es en las Bavarias.
¿Qué le queda, pues al cruyffismo? ¿Cómo es posible aún que Bartomeu tenga posibilidades reales de perpetuar su vergonzosa obra? La sombría respuesta a esas preguntas es la única foto que debería importar.
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