Cavernícola

Nueve

8 febrero , 2017

«En cualquier caso, entraron por puertas distintas, y tan pronto como estuvieron dentro, ¡bam! Una maraña de serpientes de cascabel los atacó como el rayo. Dentro del coche encontramos nueve enormes serpientes de cascabel. A todas ellas les habían inyectado anfetamina; estaban locas, mordieron a los Roberts en todas partes: en el cuello, en los brazos, en las orejas, en las mejillas, en las manos. Pobre gente. Tenían la cabeza tremendamente hinchada, como calabazas de Halloween pintadas de verde. Debieron de morir casi en el acto. Así lo espero. Eso es algo que espero de todo corazón».

Música para camaleones, Truman Capote

El nueve es en el fútbol y por lo tanto en la vida el número de los que viven al filo de la ley y tocados por la locura y la violencia. El nueve es ese ser remoto que vive su interminable monólogo solitario aferrado a la posibilidad de que los dioses, el viento o un mal despeje les dé una sola ocasión de encontrarse con el balón franco dentro del área.

No les recomendaría emparentarse con un nueve, a pesar de que siento una malsana curiosidad por conocer las relaciones conyugales de los delanteros centro.

El nueve está acostumbrado a una vida cinegética y comprende que el mundo consiste en la intuición, en la fuerza bruta, en la suerte, en la velocidad del rayo. Su universo es binario y simple: comer o ser comido, matar o morir, ganar o perder. El nueve entiende que no se merecen las cosas: se consiguen, o no se consiguen.

No hay un conjunto de virtudes que adornen al nueve: los hay rápidos y torpes, bajos y geniales, potentes y de mirada de matarife, elegantes de ébano, pálidos psicópatas, atletas ingrávidos, explosivos superdotados. Lo único cierto, al fin, es que el nueve se mueve en el territorio del gol, y que ha resistido las suficientes patadas, sequías, agresiones, equivocaciones arbitrales y milagrosas paradas como para que al final del camino alguien les haya investido como a verdaderos nueves con tres palabras mágocas:

-Ese tiene gol.

Es desde ese bautizo, desde esa sentencia, cuando el jugador viaja al lado oscuro de la vida, el de los que deciden partidos o son señalados por su pésima puntería. Les miran el doble, les aman el doble, les insultan el doble. El nueve pesa, el nueve alimenta, el nueve mata. Hay mucho crimen en un nueve, mucha crónica negra y mucho codazo inconfesable. Les diré más: el amigo Quinn, el malo de la terrorífica historia real que narró Capote, habría sin duda jugado con el nueve a la espalda de haber sido futbolista y no un acaudalado terrateniente. De ahí que homenajeara a sus víctimas con nueve enormes serpientes, cuando tres habrían bastado.

Tal vez sean ustedes poco amigos de la numerología. Pero cada 8 de febrero en este rincón tendemos a cumplir años y a fijarnos en el guarismo: ya son más de 600 entradas y nueve años desde que arrancó esta infamia. Ese número, el nueve, nos provoca un viaje sentimental desde Quini al mierda de Ronaldo, para saltar de Kluivert a Eto’o y ver el fogonazo de Ibra y a continuación aterrizar en ese volcán de goles que es Luis Suárez. Para los que hemos jugado y a pesar de infinidad de taras tuvimos gol, el nueve es un gran territorio. No les cuento ya a los que nacimos bajo el influjo de un día nueve: nos recuerda que somos distintos y que aunque a épocas caigamos en indolentes somnolencias y tristes rutinas, seguimos siendo gente a la que no hay que darle la espalda y a quien siempre merece soltar una hostia en un córner.

Espero seguir contando con su discreta compañía en este año que empieza hoy. Espero que de vez en cuando, al entrar por costumbre en este rincón, medio adormecidos y aburridos, alguno de ustedes se tope con un puto torbellino de serpientes asesinas que se les echan encima para recordarles que esto es fútbol, ojo cuidao, y que pisan La Caverna. Ya saben: luce el nueve y tiene gol.

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