FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Ocurre que el grado de civilización de una sociedad es inversamente proporcional a su nivel futbolístico. En el caso del pulcro Japón, eso tiene una consecuencua: ni en un millón de años ganarán un Mundial. Ésa es la conclusión tras visitar el milenario lugar. Desconocemos si Obdulio Varela fue uno de los primeros corresponsales de la Lonely Planet en recorrer la isla, pero sin duda acertó en su pronóstico: «A los japoneses se les gana siempre».
Lo cierto es que el orgulloso y amable pueblo japonés atesora sinfinidad de taras que cercenan cualquier posibilidad de llegar a nada en el fútbol. Igual el diagnóstico les parece excesivo, pero juzquen ustedes mismos: para empezar, existe un exceso de civismo en ese archipiélago: en 15 días, no ha sido posible avistar una sola mierda de perro. Ese mal, tan paradigmáticamente suizo, es sólo el principio.
También resulta alarmante el hecho de que la gente no juegue a fútbol, sino a béisbol. Si al menos se dedicaran al sumo, al kendo o a romper cráneos de forma reglada la cosa tendría solución, pero no: béisbol. Imposible imaginar una disciplina tan horrorosa y antifutbolística como el sincopado y algebraico jueguecito del bate. Nada, descartados.
¿Qué hay de los pocos que juegan? Peor, aún. Uno se ilusionó al ver a unas niñas con pinta de futboleras en un parque, pero no, sacaron de la bolsa una pelotita de esas de mimbre para hacer toques. Peor aún resultó ver que los únicos lugares donde se juega a fútbol es en clubes con pinta de academias, con mucho despliegue de material, balizas, palitos y entrenadores dándole al pito. ¿Acaso creen que el fútbol es hípica? Nah: los poquísimos que puedan salir de ese Eton balompédico serán como mucho correosos gregarios, esforzados centrocampistas, proyectos de Gabri. Imposible crear un equipo ganador con esos cimientos.
Hay un último detalle, decisivo, mortal: el de las mascarillas puestas sobre boca y nariz para evitar virus. Se venden como churros en los supermercados y las lleva aproximadamente la mitad de la población. Eso ya descalifica a cualquiera que compita con un alemán o con uno de Fuentealbilla y hasta con un inglés. Pero el asunto es peor de lo que uno diría: no usan esos ingenios para no contagiarse, sino también para NO CONTAGIAR AL PRÓJIMO. No, miren, piensen en Uruguay y en Luis Suárez. Decididamente, esto no es para ellos.
Al pueblo japonés le adornan un millón de virtudes y tiene un enorme potencial en sus vías de escape a la rigidez, la jerarquía y la tradición. Pero el fútbol, lástima, no se encuentra entre ellas.
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