Champions

Atenas

15 febrero , 2017

«Pero, por lo que he observado en Bélgica y Francia, y por las conversaciones que he mantenido con alemanes y franceses en ambos países y con los prisioneros franceses, belgas y británicos que he encontrado en las carreteras, una cosa me parece bastante clara: Francia no combatió».

William Shirer, Diario de Berlín

Tampoco lo hizo el Barça. Cuando llegaba el momento de confirmar que había vuelto el rugido y la sinfonía, asistimos a uno de los gatillazos más trágicos de nuestra historia. En este juego absurdo y grandioso cualquiera puede ganarte y cualquiera, incluso, puede pintarte la cara. Pero un 4-0 con Messi en el campo, en el esplendor de su carrera, con semejante compañía en el ataque y con Busquets e Iniesta presuntamente recuperados para la causa, eso no.

Los cronistas de esta era tendremos siempre una disculpa en nuestros errores: quisimos tanto a este equipo que nunca vimos venir la hostia. Se llamara como se llamara. Y como dijo un sabio, «el golpe que te noquea es el que no ves venir». En fin, así acabamos la noche: con la cara de un simio ante una computadora y con algo peor, con ese vacío de los grandes naufragios históricos. El de Atenas, sí, pero también el del CSKA de 1993, la del Inter de 2010, la del Bayern de 2013.

El sabor a ceniza es tremebundo porque esta generación de culés afortunados y felices tiene una única responsabilidad con la que cumplir, que es la de acompañar a Messi en un trayecto que debe acabar en seis Champions League. Y en noches absurdas como las de ayer, en noches de estupefacción total en que uno no entiende cómo se pasó del baño al 4-0 con jugadores tan expertos sobre el campo, es ahí donde se nos va nuestra misión histórica.

Quedan algunas notas positivas que rescatar y que uno no querría omitir. La primera, que Neymar se comportó anoche como el líder que es a pesar del modo en que le escamotea los elogios esta afición. La segunda, que palmamos estrepitosamente sin dar un palo, sin culpar al árbitro, como si hubiéramos mamado cruyffismo y supiéramos que cuando uno no lo merece, se calla la boca. La tercera, que fue un placer oír a Iniesta decir que él no habla de actitud, que eso es para otros pueblos no alfabetizados, y que él sólo habla de juego. Sí, amigos. Hasta en las resacas más salvajes y derrotadas, a uno le gusta mirarse al espejo y reconocerse.

Hay una cuarta buena noticia. El 8 de marzo, ya lo saben, hay un partido que estará, como todos, en el caleidoscopio de la fortuna, las lucecitas y las locuras del planeta fútbol. ¿Qué se le puede pedir al equipo? Que compita, que esté a la altura de su leyenda. Que nadie pueda decir de nuevo que no combatió. ¿Qué nos pedimos a nosotros? Miren, aquí no haremos proselitismo de la estupidez humana ni les pediremos que se apareen con unicornios rosas. Pero sí les anticipo que en este agujero, mil veces fracasado, seremos siempre agradecidos con La Bestia Parda y que, cuando él se pone el 10, creemos en los milagros más atroces.

Creemos porque recordamos lo que nos dijo una noche en París cierto vendedor de alfombras: «Yo no creo en Dios; yo conozco a Dios».

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