Arrancamos hoy una serie veraniega a la salud del gran Villoro, que explicaba que «conviene recordar a los jugadores de sombra, los que se quedaron en el camino, con los huesos o los nervios rotos (…). Ellos, los nunca vistos, fueron tan necesarios como las líneas blancas que separan las letras en los libros».
En esta sección me gustaría hablarles de amigos, parientes y conocidos que no llegaron a la elite pero que, a su manera, hicieron un homenaje a esta pasión global. Para estrenar esta serie quiero hablarles de Joanen, uno de los más grandes con quien he jugado. Y tienen que disculparme por empezar con un engaño, pero él sí llegó a la elite. Comenzó en los patios de colegio de Sant Antoni, jugó en el Sants, entró en la cantera del Barça y conoció a cracks mundiales. Si coinciden con él en una barra de bar, no dejen de preguntarle por De la Peña, Hagi, Laudrup o Romário, incluso por Cruyff.
Las puertas del Camp Nou no se le abrieron y se marchó al Cádiz a Segunda B. En esa patria apasionada fue el mediapunta titular, el capitán, el referente. «Cuando ganábamos, éramos los reyes; si perdíamos, nos llamaban de todo», decía. Probó la Segunda, con un entrenador que le conocía tan poco que en un partido de Copa contra el Celta, le abroncó por tirarle un caño a Mostovoi en el primer balón que tocó. Sí señores, de eso era capaz Joanen.
Luego volvió a Catalunya y jugó en equipos de Segunda B y en Tercera. Así tuve la suerte de escribir un gol que marcó (30″) al Athletic en Copa. Ejercía de líder, de capitán, y no era raro cruzarse en discotecas a jugadores de la categoría que susurraban: «No le digas que me has visto aquí». Porque era, es, muy respetado, y muchos ya se olían que seguiría en los despachos cuando colgara las botas, como así ha sido. En su último año como jugador ya hacía de secretario técnico y ha conseguido ascender a Segunda B después de una tortuosa fase de ascenso.
A Joanen se le han visto cosas increíbles. En un partido de fútbol grande, recogió con un sombrero al primer toque la pedrada de su portero y, sin dejar caer el balón, marcó de vaselina desde lejos. Su asombroso regate de tobillo (un recorte con el interior del pie derecho) ha quebrado tantas cinturas, y con tanta sencillez, que daban ganas de reír al verlo. Era tremendamente generoso para buscar el pase y uno sabía que el siguiente gol lo metería quien él decidiera. A veces se hartaba y chutaba a la escuadra para recordarnos el abismo que hay entre profesionales y pachangueros.
La mejor lección que recibí de él fue a cuenta del pase de Dios -así lo bautizó un bárbaro de Castelldefels; a según qué gente no hay que llevarle la contraria-. Este gesto asombroso me llevó a preguntarle, siendo yo un niño, cómo lo hacía. Sólo sonrió. «El fútbol es para disfrutarlo», parecía decir, «no para preguntar». Como siempre que está de corto, tenía toda la razón.
Dicen de él que se ha retirado; los que le hemos visto jugar sabemos que eso es imposible. Nos espera en Altafulla.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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