El sol saldrá en un rato, a las 5.49 horas. Para entonces, Canaletes seguirá tan vacía como lo ha estado la mayor parte de la noche. Los quioscos explicarán a todo color la victoria del Barça. A mediodía, las familias se jactarán de que ya veían venir la victoria. Luego habrá formidables siestas. Valdebebas y las redacciones del As y el Marca serán un embarazoso funeral de mentirosos. La vida seguirá sin mayores contratiempos.
El cuarto triunfo en las últimas seis visitas al Averno llegó precedido de un cierto aroma a rutina. Ya saben, derechos adquiridos, tradición, costumbrismo clásico, derecho de pernada. Porque las mentiras de los voceros del Tito Flo ya no calan como otrora. Los creadores de ese superventas llamado Robben es mejor que Messi estaban ahora con El mejor año de Mou es el segundo. Y el barcelonismo ha llegado ya a mirarles con cierta piedad.
Ganar a La Banda es lo normal. Tanto que no importa que Valdés haga un fallo terrible a los 15 segundos. Tanto que no importa tener a la peor defensa que hemos visto desde tiempos de Christanval. Enfrente estaba la miseria de siempre: contragolpe, balón parado y CR Ceja. Ellos: el equipito donde el Delincuente Segundo y Butragueño coinciden en destacar el glorioso espectáculo que supuso la carnicería de la última final de Copa. El Fútbol Club Mendes, una mala copia de aquel Chelsea de 2005.
Nosotros: un equipo legendario, humilde, compacto, que puede ganarles de uno, de dos, de cuatro o de seis sin abandonar su fútbol artesanal. Un equipo hecho de cantera y ciertos valores que, por encima de todo, ama desnudar al Mal Absoluto. Un equipo que a cada nuevo Clásico parece tener más claro que la Banda de los Quincazos Portugueses es, a día de hoy, un elogio de la mentira, la codicia y la violencia, pero no un rival a su altura.
Sale el sol a las 5.49 y la verdadera pregunta es cuándo se cansará el Barça de masacrar a los de blanco. Pues bien: nunca. Sic semper tyrannis. Así siempre con los tiranos.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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