FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Y hasta aquí el desierto y la desubicación. Vuelve el balón, vuelve Messi, vuelve la mejor alienación social inventada por el hombre moderno. Y con este redondo momento de felicidad llega también la ocasión de mojarse y hacer uno de esos burdos ejercicios de futurología que invariablemente acaban en bochorno, excusas y sonrojo. Pero no seamos cobardes. Como a los gorrinos les encanta revolcarse en el fango, a los futboleros nos gustan las profecías. Y más que ninguna otra, aquellas que hacemos con los ojos brillantes junto a una servilleta de bar donde hemos dispuesto, con mano temblorosa por la emoción, el once de nuestro equipo. Seamos sinceros: es cierto que en el eje de la defensa hay una nada, apenas confortada por una mancha de aceite del bocadillo de jamón, pero al menos ese vacío queda entre Valdés y Busquets, y bien cerca aparece Alves. Las cuatro letras de Xavi no figuran aquí desgastadas, ni cansadas, ni saben nada de tendones crispados. Tremendo es lo que hay en la parte izquierda del papelito, donde uno lee con enorme cosquilleo subabdominal “Alba, Iniesta, Neymar”, y en aquel otro rinconcito recuperamos la fe en Alexis -¿qué sería del fútbol sin el amor a las causas imposibles?- y arriba, envuelto en el torpe dibujo de una estrella, está el amuleto que nos hace sentir únicos en el mundo y elegidos de la historia, ahí, junto a un resto de espuma de cerveza, ahí campa el dorsal 10. Y en ese preciso instante, el oráculo habla a través de nuestra euforia.
Y nos dice que el Atleti es cosa seria, que el triceratops de Simeone sigue ahí, pero que sin Falcao y con Villa es mucho menor, y que difícilmente aspirará a colarse en el duelo de siempre. Y que por tanto, somos nosotros o La Banda. Y que es verdad que con esta directiva incapaz y rencorosa no podemos contar para empujar al equipo, y que ahí salimos perdiendo respecto a un Florentino obsesionado con la victoria, que, dentro de sus delirios, hace cuanto puede. Y si bien nosotros llegamos de ganar la Liga y el rival de otro año de fracasos, el efecto Tata iguala el hambre que hay en uno y otro lado. Y también intuimos que, a pesar del desastre cometido con Valdés, y del adiós de Abidal y de piezas clave del cuerpo técnico, en nuestro vestuario sigue mandando un grupo de gente sana y competitiva con un cierto sentido de la civilización, mientras que los distintos comandos armados de esa otra casa se abocan a la difícil digestión del postmourinhismo. Y al final de nuestro trance adivinatorio, nos queda, arrugada pero triunfal, la servilleta, y en ese pedacito de papel translúcido aparecen nueve nombres (y dos borrones) que, incluso a pesar de la yegua, son sencillamente superiores.
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