FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Que un Sevilla deprimido le llegue cuatro veces al Barça y le haga dos goles no es noticia. Que el nivel de nuestros cinco centrales está a años luz de lo que se le supone a un campeón de Europa lo saben en Ulan Bator. Que las bajas de Messi e Iniesta son un drama para un equipo con su actual nivel físico se da por descontado. Y que el calendario con el que ha arrancado el equipo parece diseñado por el Tito Flo y Tebas también es cierto. Por todo la derrota de ayer, forjada sobre la incompetencia en un área y el infortunio en la otra, no es ningún drama. El Barça encadenó ocasión tras ocasión, pero amigos, el Pizjuán gana enteros en el ránquing de estadios Barçófobos y malditos: a pesar de la exhibición de Neymar, la pelotita no entró, y lo que pudo ser un 2-7 acabó en 2-1.
No son estos tres puntos lo que perturba hoy la paz en La Caverna.
Como ustedes saben, no hay vicio más futbolero que el de hacer pronósticos y previsiones. En nuestro mundo competimos por ser el Fucking Cuñado of the Year del planeta sacando conclusiones prematuras de los detalles más absurdos para anticipar los desastres y pronosticar éxitos antes que nadie. Todo ello en pos de nuestro particular Balón de Oro, el preciado y ancestral «yo ya lo dije». Y sí, aficionados y periodistas nos pasamos la vida jugando a Zaratrusta, pero no somos los únicos. También lo hacen los futbolistas. Y ése es el verdadero peligro de la derrota del Pizjuán.
Porque la cosa iría así. Bravo, en conversación con su mujer, diría: «Este año no pinta bien». Alves, en un raro instante de madurez mental, le dirá a su última conquista: «Ni de coña ganamos, la gente no está centrada». Busquets, al alba, le escribirá un whatsapp a su padre: «Hay cuatro que no corren ni la mitad, este año Mundialito y gracias». Y Suárez, cortando el churrasco con un puñal de desollar osos escupirá lo siguiente: «Para cuando lleguen Turan y Aleix Vidal el equipo ya estará pensando en el año que viene».
Sí, amigos, eso es lo que podría ocurrir como el Barça se vea, cualquier día de estos, a ocho puntos de la cabeza, cosa que no sería descartable vista la falta de solvencia mostrada hasta ahora. Y el resto, el resto será cosa de la profecía autocumplida: un día, en vez de jugar para ganar, el equipo se sorprenderá persiguiendo balones como zombies. Lo que más necesita un vestuario es creer. Creer en el alarido de los tres de arriba en pleno enero, como el pasado año, creer en la vuelta de los lesionados, creer en Arda y Aleix Vidal como revulsivo, creer en el deshielo primaveral, en el advenimiento de los marcianos o en las chilenas de Mathieu. Porque sin creer, amigos, ni el Carranza. Y porque mientras haya algo de fe, seguiremos siendo campeones de Europa, pero algo tan preciado y tan poderoso como la fe se pierde a veces en miserias del día a día, en un inoportuno bajar de brazos, en cosas tan prosaicas como los putos postes del Pizjuán.
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