FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
«A mi aquest any el Barça, neh«.
Igual es la frase futbolera más escuchada estas Navidades en la ciudad que lleva el nombre del club. Uno, en realidad, ya no tiene ganas de discutir. El estilo, que no jugamos igual, Guardiola, Rakitic que no está, Cruyff, la lesión de Iniesta. Uno no sabe.
A esto del fútbol uno le pide que alimente su pasión, que le conceda lujos estéticos y que veamos a los nuestros jugar bien y ganar. Todo lo tuvo el 2016, todo sin excepción. El Barça jugó vertiginosamente bien, con una delantera que posiblemente es el mejor de siempre, y con parte de los cimientos del mejor equipo que hemos visto jamás. Para añadir leña a nuestro volcánico estómago, el 2016 nos concedió el privilegio de ver a la UberBanda ganando la Champions más infame de todos los tiempos después de haber derrotado al tercero de Italia, al octavo de Alemania y al cuarto de Inglaterra. Y en la final, injusta y con errores arbitrales a favor, un rival que es sin duda el más traumatizado del planeta para derrotarle por penaltis. La cosa es maravillosa: el Mal tiene que ganar de vez en cuando, mejor que lo haga reforzando todos nuestros prejuicios.
Para compensar eso, el Barça se llevó la Liga y la Copa. La Liga la ganó dos veces: primero, hasta marzo, y luego tras la pájara, jugando al límite y sin margen de error. Vimos a un equipo grande y luego vimos a ese mismo equipo prendido de instinto asesino. En esta competición hubo mucho bueno, mucho para el recuerdo, y sobre todo, esa visita del Celta, esa verdadera orgía de maravillas coronada con el penalti a lo Cruyff que pareció un homenaje al genio que se iba.
Pero si uno tiene que elegir un momento de este 2016 (en 2015 fue el Bayern de Munich, con Messi en modo Jordan) el instante de 2016 es esa final agónica de Copa del Rey. Una competición humilde, una verdadera nada para esta generación de culers, ya no les digo para ese vestuario inmortal. Fue en ese partido donde vimos a Leo Messi, el mejor futbolista en 50 años, tal vez el mejor de toda la historia, yéndose al lateral derecho para tapar las embestidas de un tal Escudero. Aquella final la finiquitó La Bestia Parda con dos asistencias pero la ganó mucho antes mandando un mensaje a compañeros y oponentes: «Hola, soy Messi, estoy sobre el césped y vamos a ganar».
No acabó ahí el año. Argentina volvió a amargar al Cid culé y acabado el verano, apareció La Bestia con el peño teñido y nuevos tatuajes. Se diría que había subido de nivel: no hay otra explicación a los maremotos de fútbol que ha organizado desde entonces, mandando, goleando, driblando más que nunca. Es aún mejor, aunque desde un punto de vista algebraico uno no pueda ya medir la dimensión a la que ha llegado. City en casa, Sevilla, Valencia o Espanyol se encontraron con el dios del fútbol sublimado y podrán contar a sus nietos lo que vieron.
Por estas cosas uno siente lástima cuando oye que el Barça aquest any no el miro. Uno no viene del futuro y es un pésimo profeta, pero tiene una idea bastante clara de cómo será su relación con el fútbol desde el año 2020 hasta que se vaya al otro barrio. La cosa consistirá en ver al Barça con la misma sonrisa dulce que se dedica a un nieto torpe para, después, en la oscuridad del hogar, ya tenso, convenientemente embriagado y armado de kleenex, darle al Youtube y recordar cómo fueron los tiempos de Messi. Eso es el plan y con eso, créanme, nuestra felicidad futura está garantizada.
Ocurrirá que entre giros, espasmos, recortes, saltitos en el sofá, arrancadas, gritos ahogados, pases imposibles, sudores, regates, lágrimas, goles y orgasmos nos asaltará la pregunta. ¿Cómo debió ser ver esto por primera vez? Pues así fue. Fue 2016. Amigos, quedan dos, tres, cuatro años. No lo sabemos seguro. Lo que sí sabemos es que nos pasaremos el resto de nuestra vida viendo 2017. Disfruten de la eternidad.
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