Los nuestros

Las notas (II). Profanación

27 julio , 2018

-Sí, oiga, disculpe, es que hay un zurullo en mi sopa.

Y el solicito Ernesto se acerca con rápidos pasos cortos y su sempiterno gesto de preocupación, a ofrecer consternadas disculpas. Pero joder, es cierto: hay una boñiga de enormes proporciones en el plato de sopa de ese cliente. Ernesto tiene un problema.

El problema es que nos hemos criado en el Bulli, con Xavi, Iniesta y Busquets, y no aceptaremos cualquier calamar refrito. Tampoco mierdas flotantes. Y eso es exactamente lo que fue ese horripilante cuarto centrocampista por el que Valverde apostó en distintos momentos de la temporada. Alrededor del planeta, centenares de miles de culé nos echábamos bajo la cama avergonzados al ver las alineaciones. Y entonces surgía la voz, una voz dulce, de mami: «Tranquilo hijo, ¿no ves que Paulinho es el tercer delantero? Aleix Vidal estará arriba, calma. Nooo, que hoy Sergi Roberto está de extremo».

Pero con la perspectiva del tiempo, es obvio que hemos jugado con cuatro centrocampistas como si fuéramos alguna mierda de equipo de Scolari. Y sinceramente, la perspectiva es desoladora, vergonzosa en grado sumo. Hay que retrotraerse a tiempos muy remotos, a Radomires y movidas gaspartianas que, oh, casualidad, entroncan con la actual directiva. La norma debería servir para siempre: igual que un matrimonio se va a la mierda cuando empiezan a ser imprescindibles las terceras personas para hacer de aquello algo soportable, un centro del campo del Barça naufraga cuando cal un cuarto tío que aporte solidez y mierdas.

Como consecuencia directa de esa abominación táctica, el equipo ha producido el peor juego desde tiempos del Tata. Las horas de aburrimiento y los escasos momentos de gozo (empalar a La Banda en el Bernabéu, un rato ante el Chelsea, la antológica final de Copa, poquito más) nos lo dejan claro y como barcelonistas sabemos que la lupa hay que ponerla en la medular.

A las intermitencias de Iniesta hay que sumar la nula aportación de los suplentes. Busquets y Rakitic han estado solos durante buena parte del año y de ahí que hayamos empezado  a añadir peñíscola a la línea, como en esas recetas que se van a la mierda al primer minuto porque se precipita en la olla kilo y medio de sal para desencadenar una lluvia de ingredientes disimulatorios.

Pero la realidad es una: el equipo ha producido poco fútbol y ha ayudado poco a Messi. La culpa de ello está en el centro del campo y, por supuesto, en Valverde. Al entrenador le damos el beneficio de la duda de hasta qué punto es responsable de lo que le ficharon (las salidas de Paulinho y la inminente de Dembélé dicen algo al respecto) y le daríamos otro año para purgar sus pecados. Pero también hay que decir que el fichaje de Coutinho como sustituto de Iniesta es, ideológicamente hablando, una cosa perversa, una caída en la movida mesetaria de jugar con Snejders y Van der Vaarts y toda suerte de media puntas cuando en el planeta Cruyff sabemos que el fútbol se construye con volantes, no con los putos llegadores. Así que mucho tino y mucho cuidado, prou de cagarla y hagan el favor de hacer sus Thiagos, De Jongs, Parejos, Gundoganes o peñitas que sepan lo que es un balón y lo que es llevar el ritmo de un equipo. Porque igual no somos conscientes de que el año que viene nos faltará Iniesta.

En fin. Ernesto, querido, cambie este plato, y que no se repita; a la próxima ya sabe usted lo que ocurrirá.

Busquets. 9,5. Smaug. A este dragón solitario, codicioso y lleno de rencor hay que agradecerle que el Barça se haya llevado dos títulos, que haya sido inabordable, que haya acabado la temporada con la única y lamentable derrota de Roma. Que haya encajado poquísimo, que haya competido con la desesperación de un Leicester a pesar de tener más títulos que el Milan de Sacchi. Busi es medio equipo y este año ha logrado cerrarlo con goles y asistencias en su haber (hace un año coleccionó un hermoso doble rosco), con un tanto y cinco pases decisivos.

Pero olviden esas chorradas. Busquets es uno de los últimos vestigios vivientes del Asombroso Barça, es un futbolista que masajea las retinas y acompleja a los rivales: los hay que encienden la tele contentos y optimistas cuando ven a Casemiro en el once, ya me entienden. Nosotros tenemos a la referencia mundial en la posición, un tío que nunca está fuera de sitio, que rompe líneas con una facilidad insultante, que tiene muy claro que cuando él juega solo hay uno que es mejor que él.

La exhibición ha sido permanente, con esa rapidez mental para ver el pase, esas permanentes ganas de humillar a todo cenutrio que se atreva a presionarle (aquí posteriza a Pjanic) y unos aromas a capitán en la sombra que nos la ponen dinosauria. Ah, sí. Y lo de Kroos.

André Gomes. 0. Termotanque. Si fuéramos un club serio, Adicae estaría colapsada por las reclamaciones y demandas del barcelonismo por el robo a mano armada que ha sido este pájaro. En estos días felices en que vemos que su adiós es inminente conviene recordar que Jorge Mendes, el ideólogo del Cristiano Mourinhismo, nos colocó en el contrato una cláusula por la que pagábamos más si el tío ganaba el Balón de Oro. DENME MAYÚSCULAS, ETC.

A la indignidad de su juego, a los niveles preconstitucionales de horchata en sangre y a la acreditada incompetencia psicológica para jugar lejos del jardín de casa ha añadido las mierdas de la factoría Mendes: trolas y publicidad. A saber: que entrenaba muy bien, PERO MUY BIEN, QUE MESSI NO HA VISTO COSA IGUAL. Que había tenido una depre. Que le dejó la novia. Que la abuela fuma.

Qué vergüenza grande pensar que le tuvimos dos años. Qué alivio saber que ya está borrado de nuestra memoria.

Rakitic. 9. Profesional. Ha sudado lo suficiente para que entendamos que hablamos de un profesional de talla excepcional, y además no ha sudado tanto como para quedar rebajado a la condición de Víctor Muñoz o Calderé de la vida. Rakitic es un tío que está a la altura del legado que recibió en el equipo, que mueve el balón con criterio, que ataca, asiste y que rara vez te hace pasar vergüenza sobre el césped. Sin ser su año más brillante de cara a puerta, ha sido el año en que su concurso ha sido más importante: a su buena salud y rendimiento hay que agradecer que ni Paulinho ni André Gomes tuvieran más minutos. Y hay que admitir que si no tuviera el nivel técnico de este croata, a nadie le perdonaríamos tantísimos tackles (fa trist) en una sola temporada.

Paulinho. 5. Tragicómico. Ya indicamos en este rincón que Paulinho es un gas de la risa hecho futbolista. Nos ha sido imposible odiarle a pesar de su lamentable nivel. A este estibador, a este tanque del área que si le cae un piano del cielo lo revienta en mil pedazos de una coz hay que reconocerle su gran inicio de año, con un par de goles decisivos, y la profesionalidad de estar siempre sano y a punto para hacernos pasar vergüenza. Que el centro del campo del Barça haya tenido a un tío así es la obra de un loco.

Su fichaje, por lo demás, quedará como una de las grandes barbaridades del barturosellismo, con ese extrañísimo viaje de ida y vuelta y ese tufillo a pútrida corrupción nuñista.

Para el recuerdo y para la historia, la peor contra (ataques de risa, no lo puedo evitar) perpetrada jamás. Genio del humor y catastrófico futbolista: hasta nunca.

Iniesta. 7. Melancólico. Al mejor volante zurdo de nuestra vida ya no se le podía pedir más que lo que dio este año. Su arte se ha vuelto con el tiempo más irregular y sus desapariciones, más frecuentes. Del larguísimo adiós que ha sido su último año, nos quedamos con la despedida más memorable de todos los tiempos en esa final apoteósica ante el Sevilla.

El marronaco que tiene quien trate de reemplazarle es de dimensiones épicas.

Denis Suárez. 5,5. Despechado. Cuesta criticar a un tío con tanto sentido estético del juego, a un tío que en varios momentos de la temporada (el golazo al Getafe fue el primero) tiró del equipo como revulsivo. Sin embargo, el mal de amores dio con sus huesos en el cajón de los no convocados. Somos partidarios de darle un tercer año, pero el reto y el salto que tiene que dar es aún enorme: esto es el Barça, y él es volante. Solo vale ser uno de los cinco mejores del mundo y eso, de momento, suena a utópico para sweet Denis.

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