FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
No, no. Lo de Messi no fue nunca de aspirar el Nobel de la Paz. Tampoco de esas movidas falsarias y edulcoradas de los jugadores que piensan más en la Unicef, la Creu de Sant Jordi y el Kofi Annan Award y que nunca tienen una palabra agria para nadie y hacen tuits a sus 27 followers diciendo «siempre fue un sueño jugar en esta gran familia amf, agñ». Messi vino al mundo para traernos la felicidad de su juego, el asombro de un talento único, regular e implacable. Y ya lo dijo el poeta: cuando dios da un talento, también da un látigo.
No hacía falta, convendrán, ver The last dance para comprender que la oscura materia sobre la que se edifica la competitividad es tóxica y no apta para menores. Y en efecto, es tóxico y no apto para menores el fútbol en la elite. No debería sorprendernos que Messi sea un tirano del balón, un psicópata incapaz de empatizar con ninguna victoria ajena, un androide de la perfección. Al contrario, lo que sería disruptivo es que Gerard, Maxi López o Umtiti fueran mala gente. No jodan, ellos no; ellos son todo sonrisas, sábanas pegadas, risueña incompetencia y contra quién cojones jugamos hoy.
¿Piensan ustedes realmente escandalizarse ante un feo a Sarabia? ¿Quién es Sarabia? Messi es el Sísifo que lleva un lustro combatiendo la ley de la gravedad de la incompetencia y el rencor de una directiva que lleva tiempo rozando -cuando no incurriendo formalmente- en lo delictivo. Si no fuera por Messi, los momentos felices de estos años (pocos, menguantes) habrían sido unes noces d’or de Sandros y Gasparts comiendo gambas con salmonelosis en el village. 16 años después, La Bestia Parda aún hace cosas que no habíamos visto nunca, como en el 0-1 de Vigo. 16 años después las semanas valen la pena por verle a él. Y van a venir aquí a pedirle que a) sea un obediente monaguillo y b) un formidable secretario técnico.
No son ésas las leyes del talento único, ni tampoco las del fútbol. Conviene disfrutar y si anida en ustedes una mínima decencia, estar agradecidos. Olviden a los Tellos, los Ibras, los Sex, el triplete salvador del nuñismo y la pulserita de barra libre a los miembros del asilo: al minuto de haberse extinguido, sabremos que jamás veremos otro igual.
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