Fracasos

Microgramos de fútbol

1 mayo , 2022

Estaba anunciado que habíamos sido malos y que habíamos de pagarlo. Un lustro de Guardiola y dos de Messi nos pusieron al karma en contra y los desastres se veían venir. Si a ello le sumamos la década de suicidio inducido del tecnonuñismo de Sandromeu, estaba cantado que estas temporadas consistirían en masticar piedra y cagar rojo. Repasemos: del 2009 al 2019 el Barça ganó ocho títulos de Liga. En ese tiempo, el Mal logró dos tristes títulos; el otro fue para el Atleti. Pero el cambio de ciclo ha sido tan duro como se preveía: cero títulos en tres temporadas, dos de ellos para La Banda.

Pero somos el Barça y no estamos en esto del fútbol para contar puntos con el ábaco, sino por el juego y el placer. Y ahí está el problema: la presente temporada, la primera en que tuvimos a Laporta de presidente desde el día uno, se nos ha acabado mucho antes que ninguna que podamos recordar en décadas. Era abril y tras el desastre del Eintracht ya no pintábamos nada. Si a ello le añadimos que Pedri no se unió al once hasta enero, que no se puso en forma hasta febrero y que ya no volveremos a verle esta campaña nos sale un año asombrosamente corto, el micropene más asombroso de nuestra vida: empezó el 6 de febrero con el atropellamiento por 4-2 sobre el Atleti, y acabó con el 2-3 contra los alemanes el 14 de abril. La friolera de 67 días.

Y todos éramos muy conscientes de que no había equipo para grandes alardes (conviene recordar ese diciembre con Abde, Ilias y Jutglà sobre el césped, hasta llegamos a añorar a Braithewaithe) pero hombre, uno podría defender que por presupuesto e historia podemos pedir seguir enganchados a la principal pasión de nuestra vida hasta bien entrado mayo. Tampoco es de recibo que los instantes de buen juego hayan sido tan fugaces. No es para presumir que sólo hayamos sido el Barça mientras un chaval de Tegueste de 19 años ha estado sobre el césped. El Barça, deberíamos saberlo, vive de sus volantes y es lamentable que tanto tiempo después del adiós de Xavi, del de Iniesta, gastando lo que hemos hastado, tengamos a una sola superestrella en esa posición, con un De Jong deprimido y un juvenil Gavi a quien nada más se le puede pedir. Y Nico, ay Nico: también Messi estuvo ahí a su edad.

Lo cierto es que el año ha tenido sus cumbres de diversión por lo insólito de nuestro patetismo, por la irrupción de los niños, también por la naturaleza caprichosa de este deporte y por esos 67 días de amor. Pero conviene recordar, para evitar que los desastres se repitan, que los entrenadores deberían tener un mínimo que ni Koeman ni Barjuan alcanzan, que hay que cultivar la identidad en el modelo de juego y que no se puede fiar el éxito de la temporada a la rara inspiración de ese NFT que responde al nombre de Dembélé y que en su quinta temporada en el equipo, tras la primera como gran líder y referente ofensivo, se ha plantado en el mes de mayo con un solo gol en Liga en su haber.

Somos el Barça y tanto queremos al fútbol que no podemos avalar ningún mundo en que no nos lo den de agosto a junio. Lo contrario, una estafa y un fracaso: un Dembélé de primer orden.

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