FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
No busquen psicodramas en su caverna de confianza, tampoco complicidad con los octubristas de la antorcha. El duelo se hizo, y no cambianos una coma. En esta noche de ceniza (la Europa League, qué humillación, qué castigo) daremos una fría perspectiva de quién es el verdadero responsable de que los equipos no ganen, de que este Barça fracase.
Y uno podría empezar, claro, por los paquetes, los tíos nefastos: por supuesto que con Arturo Vidal fuimos una mierda, por supuesto que Bogarde era una condena, no hace falta argumentar mucho para concluir que Gudjohnsen fue una cagada. No les aburriré con este muestrario escatológico de lo culer, porque es de sobras conocida esta verdad: intente usted ganar un partido de fútbol sala teniendo de su lado al peor jugador de los diez que hay en la pista: Sísifo con las Munich.
Yendo al otro extremo, uno puede pensar que lo que hunde a un equipo son las estrellas que no son tales. ¡Ay, centenaria historia, tantos son los inútiles con vitola de crack que hemos tragado! Nada más paradigmático que Rexach, encarnación de tantos horrores de la sociedad catalana y de este nuestro club: molt fi, molt fi, el golet de volea de aquel día, centenares de partidos y nunca estuvo entre los 20 mejores del mundo en su posición. ¿Qué podemos decir de Kluivert, de Saviola, de De la Peña? En fin, habían de cambiar el planeta fútbol y sólo cambiaron -breve, absurdamente- el estado de ánimo de gente sin rumbo ni ilusión. A este respecto, y siguiendo con los falsos astros, causantes de tantos desastres: ahora hay quien quiere hacernos creer que Dembélé es rutilante estrella, sí, que metió un gol y dio tres asistencias el otro día. Bien, en ésta su sexta temporada hemos aprendido que si alguien es partidario de la Cabra Más Loca del planeta fútbol, lo es por ignorancia, antibarcelonismo o desesperación. No hay más, y no conviene entretenerse: lo aprendimos de niños: si al elegir los equipos en tu primera elección la cagabas, ya daba igual lo que hicieras; tu Rexach te sumía en un mundo de inevitable frustración y derrota.
Ahora que están ustedes con ganas de insultar, ya lanzados, esperando que aparezca su más genuina fobia en la pantalla de su dispositivo, les viene a la cabeza, lo comprendo, la figura del falsario vividor. ¡Qué hemos hecho para merecer a Gerard López en las retransmisiones! ¡Qué genocidios causamos en otra vida! El lladre, el alegre juerguista, el besito en el escudo y las noches sin fin. Y sí, con Gerard, Sex; con Sex, Umtiti; con Umtiti, Coutinho; con Coutinho, Motta; con Motta, el postrero Deco. Las barras, las pistas de baile y los muelles del somier se llevaron por delante talentos para erigir un Silicon Valley en Aristides Maillol. Pero aquel bienio no estaban productivos, no obris la porta, mama, estaban a otro asunto. Tampoco conviene gastar saliva en este razonamiento; todos hemos tratado de dar tres toques en una boda y hemos comprendido al instante la magnitud de la proeza que firmó Ronaldinho en la temporada 2007-2008.
En esta noche negra, de las orejas les traigo a los grandes culpables, a los padres de las verdaderas derrotas. Es en la clase media-alta donde se esconde el verdadero enemigo, el caballo de Troya, la célula que todo lo corrompe. Es en el tío intocable del once, con buena prensa, claramente superior a sus compañeros. Juega sin despeinarse el 70% de los minutos y estará ahí en todas las grandes noches. Pero lo cierto es que no mejora a ningún rival de primer nivel, no se le conoce verdadero talento, no es diferencial. Jugar con esos bultos es como correr con una mochila cargada de piedras. ¿DE QUIÉN HABLAMOS? Piensen en esa nariz afilada, esa mirada estrábica y azul, en esos homenajes absurdos. Les estoy hablando de Philip Cocu, DE LOS PUTOS COCUS DE LA VIDA, artistas del nadacampismo, maestros de lo rutinario, ajenos a toda magia y a todo genio. Les hablo de Reizigers, de Bonanos, de Miguelis infectos, de Barjuanes impostores y sobrevalorados. Les hablo, sí de cierto Frenkie De Jong, que otra vez ha podido comprobar que Kimmich es lo que el Barça merece y que él es flagelo de Villarreales, pero un lastre a la hora de conquistar la grandeza.
¿Por qué son estos los peores de todos? Porque el enfisema que traen consigo es más indetectable. Al falso crack todo el mundo le exige, pronto se destapa el pastel, los pitos traen la depresión y pronto llega el ansiado traspaso. [De nuevo, sí, Dembélé es el símbolo de mucho de lo malo que hemos hecho en este lustro largo, habrá que ver si Xavi lo pilla de una vez]. Al inconmensurable paquete, a Gabri García, a Ezquerro, a Jeffrén y Chigrinsky, a estos rápidamente se los lleva Darwin. Y a los vividores, los destructores de la paz, a éstos se los lleva, rápida, la mano de los entrenadores, que a nadie purgan antes que al ladrón que está de vuelta.
¡PERO AY COCU, casi 300 partidos de pura nada! ¡300 partidos para una Liga y una Copa Catalunya! Cuando esos caen, llegan los verdaderos saltos de nivel. Y cuanto más tardas en detectarlos, más años te arrastras aspirando a soñar, sin comprender qué te falta, cómo puede ser toda esta mierda. Y sí, los grandes equipos se erigen al dejar caer a intocables que ocupan demasiado para dar demasiado poco. Y es eso lo que toca ahora: apuntar justo ahí, justo en el nivel de De Jong.
¿A quiénes más encontraremos, agazapados bajo la sombra de los verdaderos cracks, cómodos en su papel de secundarios de lujo, con estatus de jugadorazos pese a ser sólo el azote de Elches y Almerías? Es sencillo: conviene compararlos con los secundarios que sí tenían nivel Barça, con Pedrito, con Giuly, con el jovencísmo Iniesta, con Alves, con el Piqué de su primer lustro, con Rakitic. A eso tienen que llegar. Es ahí, en los cracks que nunca aspirarána un Balón de Oro y lo juegan todo, donde no podemos equivocarnos. Es por ellos por los que hay que finiquitar ya a Piqué y Alba, por ellos que De Jong y Dembélé deben ser historia a la de ayer. El verdadero salto no es un Lewandowsky. El verdadero salto es que tu clase media-alta supere a la del campeón alemán. Y mientras eso no ocurra, no vengan aquí a llorarnos de árbitros, manos y desgracias.
Adelante con la guadaña, o ya podemos encariñarnos con los jueves europeos.
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