FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Las leyendas no se forjan en los pósters, en las grandes noches, en el alzamiento de títulos. Las leyendas tienen que conectar con la retina, deben hacerse un hueco en el acervo sentimental de los aficionados. ¿Qué le dio el pase VIP a Piqué a nuestro rincón de las endorfinas privadas? Les cuento: el balón le llega desde la izquierda, manso y fácil. Lo lógico, controlar con la derecha rotando el cuerpo hacia atrás para proteger la pelota y orientarse ya al pase a banda. O situarla de interior hacia adelante. O incluso pisarla. Pero este central era distinto: en una anomalía técnica para un prodigio de su nivel, Piqué la amansaba con el exterior de su pie derecho, peculiar cruce de piernas en semejante flamenco de metro noventa, para dejarnos sentir el control de su inmensa bota, en un toque que nos decía «conmigo estaréis bien, no temáis», y ya giraba todo el cuerpo hacia la derecha para jugarla de interior, con criterio y muy a menudo superando líneas de rivales.
Ese control atípico fue una de las miles de acciones extraordinarias a que nos acostumbró Piqué desde septiembre de 2008. La Edad de los Prodigios comenzaba, y no habría sido lo mismo sin un futbolista que parecía engendrado del rubio Koeman y el hermoso Márquez, de la estirpe de los buenos, de los que vinieron al mundo a aclarar que los Miguelis y los Puyoles eran asuntos para civilizaciones menores. Un día lo dijo Tito, en uno de esos años en que ganábamos con el mejor fútbol que hemos visto, de partidos y partidos contra rivales que no cruzaban la medular: «Sin Piqué se nos caía el invento».
Así de importante era un central que entendiera el fútbol, un hombre con conocimientos de geometría y una sensibilidad en el pie capaz de llevarlos a cabo. Qué bestiales eran Busquets, Xavi e Iniesta, sí, pero vivían tranquilos y la recibían donde querían. En aquella obra de orfebrería que engarzó Guardiola, Piqué tenía dos tareas: marcar la línea a siete kilómetros de Valdés (qué tiempos, hermosa juventud) y sacar el balón con criterio, ayudado de Alves y Busquets, minimizando las limitaciones de Puyol y Abidal. Piqué tenía ese toque de balón prodigioso, tenía dominio del espacio y una velocidad difícil de encontrar en bigardos de sus dimensiones. Entendía el fútbol, y en el millón de duelos que le ganó a Cristiano se desprendía exactamente eso: no era tan rápido, pero llegaría a tiempo.
Pero claro, Piqué no era sólo Márquez. Piqué alcanza la condición de central histórico, legendario, porque su competitividad era la de los grandes psicópatas que ha dado el deporte, los que sólo conocen un pronombre (yo), un verbo (ganar), un adverbio (siempre) y un predicado (a todos estos gilipollas). Puede que de ahí llegaran sus 53 goles, 53 en azulgrana, de entre los que destaca el segundo mejor gol que le vimos nunca a un central del Barça (no, no sean ordinarios, no piensen en obuses, en cabezazos agónicos, que somos el Barça: el mejor lo firmó Koeman frente a una banda turca). El chicharro que firmó Piqué es inalcanzable, impensable e inimaginable para cualquier otro defensa
Esa hostia entre Córdoba y Julio César, esa mirada que se cruzaron de ‘qué cojones ha sido eso’ fue la que nos acompañó durante 14 años de ver cómo jugaba el balón Piqué. De hecho, ese mismo golpe de cintura, mitad bailarín, mitad leñador, ya lo sufrieron en su día Casillas y Cannavaro, en una tarde de mayo en que el Barça metió seis y nuestro dorsal 3 cabalgó por el Aberno, glorioso, a culminar el troleo con un golazo que nos sumió en el delirio.
Pero, ay, la gloria es poco amiga de la constancia. El equipo se fue descosiendo, y sabe Dios que Piqué no vino a este mundo a sufrir, ni a sudar. Seguramente, este arcano del tarot hecho futbolista representó como nadie la caída del equipo de nuestra vida. Apareció en demasiadas fotos de goles en contra, sobresalió en las debacles de Roma o Liverpool, dejó el horrendo meme del Inter; lideró durante años el prestigioso Trofeo Barjuan, en que sólo Mascherano le plantaba cara. Era el mejor, pero en fútbol hay que quererlo, y Piqué quería sólo de vez en cuando. Y durante su etapa final, demasiados años fueron, se acostumbró a plantar la tienda de campaña en el área, en detrimento de todos.
Así fue como, cuando ya era dios y nos había hecho felices miles de noches, descubrimos que no nos caía bien aquel tío. Una noche decidió acabar con la fiesta en el templo del Camp Nou (habíamos ganado, por aquel entonces siempre habíamos ganado) para llevarse a los compañeros al concierto de Shakira. Supimos que ahí dentro le tenían verdadero encono y que si de ellos dependía, jamás le harían capitán. Era soberbio e insoportable en ese lugar inhóspito y sólo apto para grandes depredadores que es un vestuario.
Lejos de ahí, hizo cosas peores. En verano del 2017 lideró un motín nefasto para la historia del Barça, un motín que aún pagamos hoy, animando a las vacas sagradas a pedir, a exigir, subidas astronómicas de sueldo ante la manifiesta debilidad del presidente. Neymar había dejado 220 millones en caja y su fino olfato supo que ése era el momento; fue él quien hizo correr la buena nueva por el vestuario. Y si alguien en el mundo quiere de verdad a Umtiti, sabe que el máster en nocturnidad que le impartió Piqué a partir de 2018 fue devastador para el central francés (y para nuestras opciones de ganar una Champions). Ya casi habíamos olvidado lo del vídeo de Griezmann, joder de Dios, que no te lo hace ni Figo. Y siempre fue doloroso ver lo efectiva que era su demagogia con un pueblo mancat d’autoestima, endreçat, les nou, a dormir.
Pero escuchen: está todo perdonado. Todo, por siempre jamás. Nos quedamos con ese giro controlando con el exterior, con el macho alfa que entendía lo que es el balón y que aparecía en la tángana con Pepe y Ramos y pensabas, pues mira, si hay hostias, ni tan mal. Nos queda un futbolista que sale en la foto de tres Champions, el triple de las que nos trajo Koeman. No se puede imaginar un central del Barça y que te salga tan perfecto. Lo malo, olvidado y lo bueno en el altar, porque a pocos damos las llaves de nuestro sofá, y él las tiene por si cualquier madrugada, destrozado, quiere dejarse caer ahí: le esperará un pijama del Barça, la mantita y abundantes kleenex. Se va Piqué, y con él, el central de nuestra vida.
*Y a todo esto, ahora que están tovets, desde aquí una cavernaria disculpa para con ustedes, estimados, sufridos, escasos lectores. Mucho nos tememos que pasaremos los próximos 40 años de vida denunciando las tropelías de este héroe incomparable, de esta leyenda del fútbol. Pero combatir el nuñismo es una causa justa, y una causa larga. El mal no descansa. Espera. Sabrán ustedes comprenderlo.
You must be logged in to post a comment Login