Clásico

La madrugada del 20 de enero

18 octubre , 2022

Nos duele mucho, peor que una patada en la carn d’olla, un poco más arriba, más, ahí, donde tenemos el alma. Qué suplicios las derrotas en el Bernabéu, qué experiencia horrenda para las retinas culers la de ver durante hora y media a ese oficinista feísta, a ese ogro brutal que es El Mal, acomodado en su sofá, falto de higiene y manoteando las moscas azulgranas. Cómo nos gusta recordarles en ese escenario que no tienen ni puta idea, cómo duele dejar pasar la ocasión durante un año más.

Pero lo cierto es que no jugamos a nada y no merecimos nada. Ofensivamente, sólo Koundé y Eric ofrecieron algo distinto, algo digno de nuestra camiseta. El resto fue plano, nulo. Si el fútbol ofensivo define al Barça, el Barça no apareció por el Bernabéu. Y sí, fue el quinto partido seguido (gracias, parón de selecciones, gracias por tanto) en que el Barça no estuvo cerca de la alegría de inicios de año.

Tal es el impacto emocional de ver a un trotón descerebrado y apto para el fútbol de 1941 como Federico Valverde sometiéndonos que uno se replantea todo. ¿Seguro que no hemos sido todo el año una mierda? ¿De verdad hemos jugado bien en algún momento antes del desastre del Inter y La Banda? Pues sí, de verdad. No lo soñamos: se dieron goleadas a equipos menores (Valladolid, Cádiz, Viktoria Pilzen, Elche) y también asistimos a victorias cutres en días tontos (Mallorca, Celta) y hubo noches para sentirnos grandes (Anoeta, Pizjuán, Munich).

De ese inicio de temporada nos quedaron varias certezas que eran un gran paso adelante respecto a la infausta 2021-2022: que Piqué y Alba se despedían de la competición y se removían jerarquías, que a este equipo cuesta hacerle un gol cuando junta a Koundé, Araujo y Eric y, la más significativa, que el peligro ya no sólo se llamaba Pedri. En el inicio de año vimos en el rol de romper a la defensa rival a Eric y a Koundé desde atrás, a Pedri, por supuesto, pero también a Lewandowski, muy superior a Aubameyang en la combinación de espaldas a la portería, y a Raphinha, capaz de desequilibrar con un pase o con un regate. Y eso, la capacidad de generar fútbol desde todas las líneas, era un salto enorme, gigantesco, al que se podía unir la cabra Dembélé y un banquillo que puede que no asuste pero que desde luego no sonroja, con Ferran, Ansu o Memphis, además de De Jong.

Insistimos, Antonio José: no lo has soñado. Y dame la manita, que ahora vamos a viajar la friolera de 269 días atrás, hasta el 20 de enero de 2022, cuando el Bilbao acababa de superarnos 3-2, para ver aquel paisaje. Enumeremos: el Barça había sido eliminado de la Copa en segunda ronda. La Supercopa no la olimos, caímos en semis contra el futuro campeón de Champions. En la mejor competición del mundo nos había eliminado el Benfica después de culminar la fase previa con un total de dos goles a favor. Y en Liga, pues miren, ya estaba perdida; habíamos ganado ocho de los 20 partidos disputados. Ocho de 20, sí, y ahórrense la consulta: este año estamos en siete de nueve.

Esa calamidad es de hace sólo ocho meses, que ni una gestación completa hemos culminado. Conviene calma y más que un par de victorias, conviene recuperar juego y sensaciones. Sería maravilloso que Raphinha recuperara el mucho fútbol que atesora, sería aún mejor que Dembélé volviera a ser el de siempre, el que vivía en la enfermería y nos regalaba el lujo de olvidarle un rato.

Insistiremos: abandonen la histeria. Y si el 20 de enero les pone muy tristes y sólo hallan el consuelo en su rifle, denle duro a la Oreja de Van Gogh, lloren lo que les haga falta, pero dejen hacer, por dios, y olviden de una vez todo lo que aprendieran del PC Fútbol.

 

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