FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
La triste noticia de la muerte de Miki Roqué ha llegado el mismo fin de semana que Leo Messi cumplía los 25 años. Y nos ha recordado que el hecho biológico no suele referirse en el fútbol a dramas de esta magnitud, sino al tiempo durante el cual un futbolista puede mantener el instinto asesino que separa a los grandes jugadores de los cracks decisivos. Pero en cualquier caso, son debates paralelos.
Durante los 90, Johan Cruyff estableció (Laudrup, Stoichkov, Koeman o Romário le dieron la razón) que nunca un futbolista es mejor que a partir de los 28 años. Zidane explotó a esa edad pero antes era un genio discreto. Con el tiempo, las cuentas de Cruyff quedaron desfasadas y dieron paso a una serie de astros postadolescentes. Ronaldinho, la estrella más luminosa en lustros, brilló entre los 23 y los 27. Tampoco Cristiano ha llegado a esa edad. Y el fútbol parece instalado en una época de fugacidad que afecta tanto a los equipos como a los más grandes jugadores.
Tal vez Messi sea el hombre elegido para romper esa espiral de cambios constantes y pueda alargar su jerarquía a una década completa, algo que en los últimos treinta años sólo ha logrado gente como Maradona o Platini, y ya a otro nivel, leyendas como Maldini, Scholes o Giggs. Este tipo de dudas no las resolveremos ahora. Pero sí conviene ser paranoicos y disfrutar cada partido de Messi como si fuera el último. Y a la espera de saber un día si La Bestia Parda derriba o no el reinado de Pelé, nos queda aferrarnos a la mítica frase que Sports Illustrated dedicó a los Bulls de Jordan: «Dominaron el único tiempo que realmente importaba: el suyo».
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