FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
22.18 horas del 17 de mayo de 2006. Un lateral de trote elástico y perfil de contrabandista avanza por la derecha. Ve un hueco y de golpe se encuentra ante el momento más trascendental de su existencia. Da cinco zancadas y chuta bajo la lluvia. Flamini no llega, Almunia tampoco. Desde la grada del Stade de France de París, el padre y el hijo de Belletti le ven cubrirse los ojos con ambas manos para llorar, desconsolado, bajo el chubasco. Da uno, dos, tres pasos, se arrodilla y cae fulminado. En ese momento irrepetible, el Barça lloraba por su segunda Champions; y el fútbol comenzaba a despedir al equipo azulgrana, uno de los más brillantes en lustros.
La muerte de aquel equipo llegó en su mejor momento. Un hecho que nada tuvo de novedoso: durante el primer milenio después de Cristo, los mayas se aficionaron a un simpático juego. Los equipos estaban formados por los mejores representantes de cada pueblo. El balón era de hule, y los sacerdotes, que ejercían de árbitros, vigilaban que nadie lo tocara con la mano. El juego era considerado una ceremonia esencialmente religiosa y los equipos jugaban con furia y pasión por la gloria que esperaba al ganador: la decapitación inmediata de todos sus integrantes.
Bajo la lluvia de París, poco imaginaban Ronaldinho, Deco y compañía su suerte. Como Prometeo, abrazaron la inmortalidad, pero la tradición no les iba a perdonar. El campeón, el equipo más grande del mundo, perdió aquella misma noche las ganas de luchar. En la noche en que firmaron su ascenso a los altares, sellaron también su muerte. A cambio lograron la felicidad de todo un pueblo.
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