FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Hará un mes vaticinamos en este agujero que antes del final de enero habría elecciones anticipadas. No fue cosa de adivinación, sino la pura certeza de que la camarilla de Rosell estaba sola y perdida y sin oxígeno a la vista. El detonante no lo vimos venir: ha sido Messi, nuestro Leo, el de las tres Champions, el que se ha cobrado una pieza que para el barcelonismo tiene mucho más valor que el quinto Balón de Oro.
Por desgracia, superada la extraordinaria concentración sanguínea inguinal de la caída del régimen llega el desengaño y la amargura. Esta gente, que nunca tuvo otro fin ni modelo que la destrucción del cruyffismo, ha hecho un trabajo maravilloso. Pueden irse felices. Mientras media Barcelona debate si fueron peores que el tenebroso delirio de Gaspart, uno imagina a Freixa, primer nuñista del país, encantado. O a Rosell, o a Bartu, o al legítimo heredero de Casaus, o al de las discotecas, a toda esa gente insólita que en su vida ha esperado que nadie les devuelva una pared: su grupo de WhatsApp se llama sin duda mission accomplished.
Llega la amargura porque uno piensa en lo que había cuando llegaron y ve lo que han dejado, piensa en aquel relato perfecto que heredaron y en las mil barbaridades cometidas. Una camarilla de Ultras Sur no lo habría hecho mejor. Y duele imaginar la íntima satisfacción de esta colla que quería acabar con Guardiola y convertir a Qatar y a los Boixos en referentes de su tiempo, y pensar que, bocanada de humo de puro, ya pueden pirarse a casa. Y cinco años pueden parecernos poco tiempo, pero ha sido casi un lustro con esta gente conspirando, y dos años y medio desde que se desbocaron con el adiós de Guardiola. ¿Imaginan el destrozo de una cofradía de visigodos acampados durante dos años y medio en su jardín?
El desastre, por lo menos, tiene moraleja. Cierto es que la estupidez humana no tiene fondo, pero a poco que el barcelonismo esté mínimamente alfabetizado -eme con a, ma- el recuerdo de este quinquenio negro de neonuñismo servirá al menos para enterrar al nuñismo durante varias generaciones. Ese consuelo nos queda. Eso y que Messi, último vestigio del Barça eterno tras la eliminación de Cruyff y de Guardiola, sigue con nosotros pese a la junta, y que ha sido precisamente él quien les ha dado la patada. Que el Fútbol, sobre la campana, ha doblegado a los devoradores de canapés.
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