Ecos

Cristo y la verdad

11 enero , 2015

Hablemos del miedo, de esos fríos que nos asaltan cuando pensamos en un eventual adiós de Messi. El mejor futbolista que jamás haya vestido de azulgrana da señales inequívocas de agotamiento del club que le vio completar la historia deportiva más asombrosa que uno pueda imaginar, ésa que va desde sus 139 centímetros a los gloriosos 169 actuales. La Bestia Parda, ya lo han visto, comenzó el año de culo enfrentado con Luis Enrique por una decisión arbitral en un entrenamiento. El desencadenante es lo de menos; aquello fue un «aquí mando yo, cojones» que tuvo continuidad en Anoeta. De entre todos los desplantes de Messi hacia el entrenador (varios y coloridos) hay uno fascinante: «Nos vemos en el vestuario», le habría amenazado. Uno no puede sino sonreírse ante semejante humillación al sargento carajillero que sueña ser Luis Enrique. 

Pero el asunto no hace reír. Se ha publicado que Messi exige la cabeza del entrenador y que sólo se compromete a dalo todo «hasta el 30 de junio». Y la lógica deportiva señala que, después de 10 años en un mismo equipo, tal vez sea la hora de que empiece otra etapa, con otras ilusiones y en un entorno menos contaminado por su lógica ascendencia y sin las aguas estancadas de los rencores antiguos. Su sola presencia en los entrenamientos es un lastre a la autoridad de Luis Enrique ante el resto de la plantilla, y hay que ser justos en un punto. A Luis Enrique le hemos aplaudido aquí que haya recuperado la meritocracia y que haya devuelto al equipo la capacidad de correr, cosas meritorias e imprescindibles. Sería falsario reducir esta confrontación a un Messi contra Luis Enrique, porque Luis Enrique no está ni entre los 20 mejores entrenadores de la historia del Barça y Messi es el número uno. El debate es otro: el debate es Messi contra El Entrenador. El debate es Messi contra Cruyff, Messi contra Guardiola. 

El asunto deja muchas incertidumbres y alguna certeza. Sabemos a ciencia cierta que jamás debimos permitir que Messi se sintiera maltratado por el club y que los culpables, los directivos actuales, deberían pedir perdón por no haberle tratado como lo que es: el ídolo y guardián de los sueños de millones de barcelonistas. Sabemos otra cosa. Messi nos falló en las últimas dos temporadas dando la espalda a los valores del sacrificio que con Guardiola nos llevaron a lo más alto. No sobre el campo, sino en el vestuario, avalando actitudes como las de Piqué y Sex, referentes del dolce far niente y titularísimos por ser sus amigos. Ya saben ustedes cómo nos fue. 

Queda aún una certeza. Intentar el fichaje de La Bestia Parda supone la mayor locura económica que se haya visto, con un coste de unos 450 millones de euros. También para el Barça será tremendo asumir la ficha de Messi por la gradualidad de su contrato. Pero una ley futbolística está por encima de todo eso: los jugadores acaban jugando donde quieren y si eso vale para un tuercebotas, vale también para el número uno. El calendario es el que es: tiene contrato en vigor y quedan seis meses para afrontar el asunto.

Luego vienen las dudas. ¿Es legítimo que Messi quiera cargarse a Luis Enrique porque le cae mal? Tal vez. Sin la estrella feliz, hay menos posibilidades de ganar. Pero sin duda es más noble que quiera cepillárselo convencido de que es imposible ganar con un mal entrenador: no hablaríamos de ego, sino de pura ambición de ganar. En la otra parte del tablero aparece otra pregunta: ¿es legítimo que el club piense que no hay disciplina, ni profesionalidad, ni equipo posible cuando la estrella ya lo ha ganado todo y manda más que el técnico? ¿Es legítimo que el club sospeche que Leo ya no quiere sudar demasiado para conseguir títulos? Sería lícito, aunque lo cierto es que el Messi de este año está en un nivel de compromiso superior al de los tiempos del tatismo.

Pero como esto es Can Barça y los grandes barullos siempre pueden enfangarse más, ocurre que este verano en que no podremos fichar hay elecciones. Por eso pedimos al nuevo presidente que sea honesto y nos diga qué ocurrirá, que no nos despertemos cada día acojonados esperando la portada fatídica. Porque somos cautivos de él, le necesitamos, y no perdonaríamos el menor engaño. El juego de Messi es el mejor concentrado de fútbol que hemos visto: sin retórica, sin adornos, sólo la sabudiría, el vértigo y el asombro. Ése destilado es una droga a la que no queremos renunciar: Messi, el pequeño gran Messi, nos enseñó la grandeza del deporte y nos devolvió la autoestima de ser los mejores. También nos inculcó un veneno, esta codicia futbolística de no querer compartirlo a ningún precio.

En fin, tomen ustedes partido. En esta Caverna, si se lo preguntan, tenemos muy claro que estamos con Dostoyewski: «Cristo es la verdad, pero si me dijeran que aquí está Cristo y allí la verdad, yo abandonaría la verdad para seguir a Cristo». Tal cual. Con Messi de nuestro lado aunque perdamos nos quedará la certeza de que todo es posible, de que los dioses están de nuestro lado y de que matarían por jugar como el 10 del Barça. Y que nada, ni siquiera la victoria, puede compararse con eso.

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