FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
En este inicio del otoño nos sorprendido una hermosa noticia llegada del Averno: Cristiano Ronaldo ya es el máximo goleador de la historia de La Banda. Qué extraordinario, amigos. Qué precisa y maravillosa prueba de la decadencia del Real Mordor Club de Fútbol: el portugués ya supera en el ránking a Raúl (tres Champions, seis Ligas) y Di Stéfano (cinco Copas de Europa, ocho Ligas). Sí, amigos, les supera él, que jugando desde 2009 en el club que más ha gastado del planeta acumula la friolera de una Liga y una Champions -la de Ramos-.
El sorpasso es una maravillosa metáfora de cómo el eterno rival ha languidecido y se ha desnaturalizado. Si el único relato que se le conoce a La Banda es el de ganar, la victoria como inicio, medio y fin, ya me dirán qué le queda al juguete de Florentino cuando en plena etapa de opulencia logra una sóla Liga en siete temporadas, registro triste que en la Concha Espina no veían desde los años 40 del siglo pasado. Y sí, una Champions de la que en todo el Planeta Fútbol sólo guardan algún recuerdo borroso los desgraciados aficionados del Atleti que la tenían ganado a diez segundos del final. En adelante, y por muchos años, toda estrella del gran rival mirará al ránking y encontrará como inspiración a un goleador ególatra y no a los campeones voraces que le precedieron.
En verdad el asunto es cómico. Imaginen que el mejor jugador de la historia de Brasil fuera un central leñero, que el mejor entrenador italiano de la historia hubiera sido un enemigo del catenaccio, que el mejor jugador de la historia del United no hubiera ganado en su vida un salto de cabeza, que el mejor alemán de siempre hubiera medido metro cincuenta y cinco. La abominación se produce en todo su esplendor con La Banda: su mejor goleador de siempre fue el estandarte de una generación fracasada. Y estas cosas, amigos, traen consecuencias.
En el Barça sabemos de lo que hablamos: durante años, en el ránking de partidos ganados encontramos a dos ruinas como son Rexach y Migueli, dos monumentos al funcionariado balompédico, al derrotismo crónico, a las clavículas fracturadas y el aburguesamiento autocomplaciente. La historia les barrió y ahora, en la cima, aparecen La Bestia Parda, Xavi, Puyol, Valdés. Gente que ganó, volvió a ganar y pobló las pesadillas más sangrientas del eterno rival. Sin duda es distinto criarse y jugar en un club donde se es leyenda ganando una Liga en 19 años que hacerlo en un club donde el palmarés de los más grandes es kilométrico.
Pero CR Ceja no es sólo el recuerdo de este Madrid fallido, que sólo fue líder en agresiones, provocaciones y desembolsos millonarios. Lo es también de la era en que el fútbol bailaba al ritmo que marcaba Mendes gracias a la desesperación de ciertos magnates por alfabetizar. Situado en el regazo del Padrino del fútbol mundial, Cristiano lleva años disfrutando del debate de si es mejor que Messi, una cuestión mesetaria, insultante y disparatada por cuanto compara, como dice Cruyff, a un goleador con un jugador total. Cristiano, rematador hiperprofesional y adicto a la estadística, tiene un perfil en que en toda lógica debería ser comparado a Ibra, el otro gran goleador de este tiempo. De hecho, puede que el sueco, por magia y milagrería, tenga más atributos para ser comparado a Messi; para ello sólo le falló el representante.
Es cierto que habría que ser justos y recordar que hubo un tiempo lejano en que Cristiano vestía de rojo y era capaz de desbordar. Pero hoy no es sino un rematador, un Papin, un Jardel, un Lewandowski. Dos episodios definen su aportación actual: el primero, la semifinal de Champions del pasado año ante la Juventus, con un golito a la ida (empujando en la línea, arte en que despunta) y otro en la vuelta de Penaldo. El segundo, su imperial paso por Cornellà este año, donde logró dos goles desde el área pequeña, dos más a placer y un quinto de Penaldo, todos ellos inútiles en términos de puntos.
En fin, amigos. El buen hacer de Cristiano recuerda a aquellos adolescentes poseídos por el acné que renuncian a intentar ligar y prefieren hacer recuento de sus solitarias proezas ante el ordenador en compañía de un buen puñado de kleenex. Nadie como él simboliza este tiempo en que el Madrid no fue el Madrid, sino un engendro al servicio del ego de personajes dudosos, una monarquía en decadencia, una diva de carnes colgantes, un magnate senil cantando línea en el asilo. Nadie como CR Azog para ilustrar la breve y dichosa Era del Orco.
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