FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
«Y éste en especial, aunque no entiende mucho, se lo quiero dedicar a mi hijo Thiago, que siempre que me voy de mi casa se enoja y me dice ‘Papá, ¿otra vez al gol te vas?’ Y ‘Sí’, le digo, ‘otra vez al gol, Thiago'».
Leo Messi, 30 de noviembre de 2015
Es una de las grandezas del fútbol. Lo juegan gordos, flacos, gigantes y enanos y a menudo lo entienden más los carteros, cocineros y niños que los que viven de él. Ya vieron lo que contó La Bestia Parda esta semana sobre su hijo, tres años recién cumplidos. «¿Al gol te vas?». Al gol, amigos. Hay casos de abuelas venerables que tras toda una vida de convivencia con el fútbol aún logran llamar «partidos» a los «equipos» por el maléfico influjo de la política. Hay casos de gente que no comprenderá jamás el fuera de juego. Hay quien piensa que Agüero es mejor que Messi y que Xavi es una mentira. Pero hasta el más cabestro comprende que éste es el juego del gol y que todo, absolutamente todo, gira a su alrededor.
Los misterios de este deporte siguen siendo insondables. En ninguna otra disciplina del mundo sería concebible que tras el repaso mayúsculo que se vio ayer en Mestalla el resultado fuera de empate. Empate, amigos. El Barça cocinó a su rival, le torturó, le masacró a ocasiones, llegó a humillarle y por si no fuera poco le soltó a Suárez, La Mala Bestia de Suárez, para que quedara claro que no había ahí condescendencia ni relajación de ningún tipo.
Pero los caprichos del gol tienen eso. El Valencia tenía una sola posibilidad entre un millón de lograr un punto, y esa posibilidad pasaba porque el Barça fallara una decena de ellos y que ellos gritaran el suyo. Una entre un millón de descarrilar al tren de alta velocidad en que se ha convertido el Barça en los últimos quince días, en que contaba sus partidos por masacres, en que habían vuelto incluso los aromas del tiempo de Guardiola. Una entre un millón de darle algo de oxígeno a esa vergüenza patria que es La Banda del Tito Flo.
Pero a pesar de todo, cuesta enfadarse con el fútbol, con el odioso Mestalla, con el equipo, con el infame Mascherano. Cuesta enfadarse porque habríamos firmado mil veces llegar líderes a diciembre a pesar de las bajas y del renqueante inicio, y habríamos pagado por ver este nivel de juego justo, superior incluso al de inicios de año que llevó al Barça a ganarlo todo.
Cuesta enfadarse, sobre todo, porque ahora que se acerca el Mundial de Clubes hay en la ciudad tres padres que abandonarán sus casas rumbo al trabajo cargando consigo toda la furia del mundo. Son tres tíos que en una noche tonta han recordado que el fútbol, a pesar de todo su hechizo y su palabrería, es una cosa sencilla llamada gol.
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