FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Ocurrió mediada la primera parte del partido de veteranos Barça-United. Rivaldo recibe en el círculo central y sin mirar al portero carga esa zurda que siempre fue una catapulta. El balón sale proyectado y automáticamente el barcelonismo hace un súbito viaje a la felicidad y los milagros que vivió 20 años atrás. El disparo, por desgracia, no es que vaya muy desviado, es que bota antes de llegar al área. En fin: ya habrán visto que se ha puesto de moda esa fórmula presuntamente nostálgica que consiste en vestir de corto a los viejos mitos. Así hemos visto pasear de corto y sobre el césped en estos días de hambre, sequía y dolor de esfínter a Koeman, a Stoichkov, a Guardiola, al milagrero de las chilenas y hasta a Mami. Con nuestra camiseta y en el Camp Nou. Pero ocurre que ver a los dueños de esa gestualidad que conocíamos al milímetro oxidados y a la velocidad del triceratops, asistir a esas lorzas en movimiento y a esos sudores injustificados acaba convirtiéndose en lo contrario: en un atentado contra la memoria.
Conviene reflexionar sobre ello en un año tan desigual como el que acabamos de vivir. Es en las tres posiciones del centro del campo donde se edifica la leyenda y el secreto del Barça, el equipo del planeta que mejor fútbol hace. Y ha quedado claro que la soledad de nuestros tres hombres -Busquets, Rakitic, Iniesta- es excesiva. El reiterado fracaso de Luis Enrique en sus fichajes (que comenzó, ya quedó explicado, por su dudoso gusto futbolístico) ha hecho que para nuestros tres centrocampistas sea obligatorio estar al 100% durante 55 partidos al año. Y eso es imposible especialmente después de que hayan ganado lo que han ganado y cuando Iniesta tiene ya la edad de Cristo. Recuerden lo que decía Agassi: «Nada desasosiega más que ver a tu contrincante practicar pilates, yoga y taichi cuando tú no puedes ni hacer una reverencia».
Cuando uno se pregunta por qué este año no ganamos la Liga, por qué ni siquiera aspiramos a la Champions, conviene responderse que hubo tíos muy malos que jugaron en días que no tocaban. Hablamos, ya saben, de Mathieus, de Mascheranos y Aleix Vidals. Pero no nos engañamos y sabemos que en el centro del campo se fraguaron las derrotas, que la orfandad de Xavi es aún demasiado extrema. Es ahí donde hemos fallado, Rakitic e Iniesta deberían haber competido entre ellos por un sitio, porque el otro, sí o sí, debería haber sido para un indiscutible. ¿Y quién es el indiscutible que queremos aquí? Verrati, joder. Véanle. Digan que no es eau d’Hernández. Si son 100, son 100, pero queremos aquí a un tío que él solito nos devuelve al trono mundial. O cuanto menos, estaría bien tener suplentes de nivel. Quién nos iba a decir que añoraríamos a Keita, a Edmilson, ya no les digo a Touré. Lo cierto es que no hay nadie en ese banquillo digno del papel que se le supone a los ayudantes de cocina del mayor templo gastronómico del orbe. Y así nos ha ido.
Busquets. 8. Solano. Es nuestra mejor baza en la medular, el futuro capitán del equipo y el portador de la llama. Todo ello hace que esperemos de él milagros, que pueda organizar al equipo, llevar la batuta del juego, robar, ordenar, correr, cortar, iniciar el ataque, lanzar el contraataque. Y claro, nos jode cuando algunas mañanas no nos ha vaciado el lavavajillas o no ha tirado la puta basura orgánica.
Su misión se convirtió en terrorífica en cuanto el físico empezó a mandarle burofaxes a Iniesta y cuando Rakitic se puso en modo ahorro de energía. Pero hay que admitir que Busi no estuvo a la altura de lo que esperamos de su leyenda y sapiencia en París, la noche que le vimos dudar de si salir arriba o esperar abajo. A agradecerle: que fuera el profesional que es y que se dedicara en el Bernabéu a dar un puto recital y recordar a aquel pueblo anafabeto y halterófilo que al fútbol se puede jugar sin un medio centro musculoso y multiagresor. También hay que reconocerle que durante el año mantuvo un nivel reconocible, lejos de sus mejores días, pero suficiente para ponernos ante el espejo y recordarnos que seguíamos siendo el Barça.
André Gomes. 4. Blue Velvet. Ustedes deben haber oído que David Lynch es un genio y que sus pelis, qué pasote. Ustedes saben que en la vida han entendido Blue Velvet y mucho menos Mullholand Drive. Pero claro, eso no les convierte en ciegos: saben que la rubia está buenísima, la morena pa qué, el azul de los cielos es cojonudo y qué guai la banda sonora. El año de André Gomes es digno de Lynch. Nervios y descomposición intestinal durante los primeros seis meses, desesperante falta de tino en ataque, asombrosa sangre de horchata en defensa y la convicción de que el tío debía entrenar bien porque
a) Luis Enrique lo ponía sin parar
b) Messi le hacía todos los mimos del mundo, cosa que con Tellos y Bojans y otra gente de talento exiguo jamás ocurriría.
De sus nefastos primeros seis meses queda un resumen hermoso: esta infamia fue su primera asistencia. Pero el fútbol es cómo la cosa acaba y hay que admitir que cuando dejó de pensar y se puso a jugar, demostró talento, elegancia, una cierta llegada y mucho criterio. Y puso el broche con una final de Copa impecable.¿Qué cojones hacemos con este tío, estafa descomunal durante medio año y promesa de algo que podría ser bueno durante otros tres? Miren, tenemos un problema de centrocampistas y el mal –ese pastizal pagado- ya está hecho. Quedémonos al jamelgo otro añito más para ver si nos sorprende o, en cualquier caso, logra dar una entrevista donde parezca menos mónguer que esto.
Rakitic. 6. Intermitente. En lo que a suplencias se refiere, siempre con Luis Enrique. No podemos saberlo y la cosa sigue siendo uno de los grandes misterios de la temporada, pero nos da que nuestro cuatro se apalancó y dejó de correr como un loco en los entrenos. Su primera mitad de año (la mitad en que tiramos la Liga) fue pobre, en la segunda recordó al tío que una vez marcó en una final de Champions, se colocó en sus números, y dejó un bonito zapatazo en el Aberno para volver a decirle a Kroos que es mejor que él. Pero al margen de sus ocho goles y tres asistencias, de un centrocampista titular en el Barça se espera más presencia, y hay que culparle a él de que hayamos visto durante demasiado tiempo sobre el campo y en su posición, una posición decisiva, a peña incompetente que no entiende que el fútbol es algo más que coger la bola y salir pitando parriba.
Rafinha. 7. Goleador. Hubo un tiempo en que Rafinha parecía el bueno de los Alcántara, en que deslumbraba con el uno contra uno, en que metía hat tricks. Era el tiempo en que jugaba de mediapunta, su posición, y lo hacía contra peña sub 20. La vida real resultó ser otra cosa. Rafinha no tiene el rigor táctico ni el toque para jugar de volante; tampoco tiene el cambio de ritmo ni el desborde de un extremo. Luis Enrique le utilizó este año para presionar a Rakitic de volante, y demostró que con él el juego no fluía, pero que sus llegadas al área eran dinamita. Por eso acabó el año con siete goles, incluido uno de sobresaliente fealdad que debería haber sido decisivo en el Calderón.
Un tío como él –de la casa, alegre, competidor, de pésimas resacas- siempre tendría cabida como sexta o séptima opción en el centro del campo. Pero si el tío quiere saber lo que es un Mundial, hará muy santamente en decir adiós, dejar 20 kilos en caja y saber que siempre será uno de los nuestros. Todo esto puede sonar poco sentimental, pero en tiempos de dominio del mal conviene ser serios, alejarnos todo lo posible del Cuernabéu y apostar por nuestra esencia. Eso implica decir no a falsos centrocampistas que no tienen puta idea de organizar el juego y que son, en realidad, llegadores. La desgracia para Rafinha será no haber nacido antes de Cruyff; en los tiempos oscuros, cuando a los centrocampistas no les pedíamos que comprendieran algo de lo que ocurría a su alrededor, habría triunfado a lo grande. La suerte de Rafinha es que tuvo de su lado a Luis Enrique: muy difícilmente en la era del jugar bien tendremos un volante tan cabra loca.
Iniesta. 5. Seat Ibiza 1.9 TDI de 2007. Hace 15 días me he visto en el traumático brete de vender mi coche, mi querido Ibiza, en Wallapop. Una horda de peña se ha matado por pillarlo; al final vino un tío, pagó y se acabó mi historia con un auto que me dio grandes momentos, que nunca me falló, y que me acompañó en los que quizás hayan sido los mejores años de mi vida. Les cuento esto porque no hace falta que les diga que el año de Iniesta ha sido flojo, o mejor dicho, irregular, o mejor dicho no ha sido un año. Lesiones, planes de dosificación y mierdas para acabar preguntándonos dónde estaba esa leyenda viva del fútbol, ese Louvre en movimiento, ese experto en joder autobuses con un cambio de ritmo o un paso al agujero. El hombre acaba el año (no es broma, vuelve a no serlo) con un triste chicharro y seis asistencias, incluido el clínic a la defensa del PSG en aquel absurdo 2-0. Son números tan ridículos para un tío de su nivel que dan ganas de llorar y explican por sí solos por qué en el mejor año de La Bestia Parda nos hemos quedado con una triste Copa del Rey. Por hablar mal de Iniesta, podríamos incluso decir que tanto en París como en Turín se comportó como un cínico, como un gandul, como un tío sin orgullo. Y todo eso es lo que no es.
Ahora, que se debate sesudamente en los ateneos sobre su continuidad, en este foro queremos pedir, reclamar y exigir que le den la pasta que pida y que siga en esta santa casa. Pasarán muchas décadas hasta que salga un tío del talento y el compromiso del actual capitán del equipo, y merece acabar en el Camp Nou. Además, conviene recordar la media hora que le regaló a La Banda en el partido de ida (fue media hora de baño bonito) y el partido que se marcó en la vuelta (un partido de decirle a Kroos que es un aprendiz y a Modric que igual exageramos con él). Es injusto y absurdo pedirle más de 30 partidos al año, 10 de ellos de la máxima exigencia, si queremos que siga flotando sobre el campo y recordándole al mundo que somos el Barça y tenemos a los mejores centrocampistas del universo. Pero le querremos siempre porque se hizo hacer una piscina con el escudo del Barça y les recuerda a los rivales qué es lo que nunca tendrán. Y también porque somos ricos, joder: mi pobre Ibiza, que Dios me sepa perdonar, tuvo que abandonar mi vida por mi lamentable situación de pobreza y porque no tengo una segunda plaza de párking. Renovemos a Iniesta, porque nos sobra aparcamiento y porque ni la infamia nuñista nos convertirá en un club de Wallapop.
Denis Suárez. 4. Fallido. A los imbéciles que defendíamos su talento, su clase y su cambio de ritmo nos ha demostrado que somos eso, unos imbéciles. Denis es joven, era su primer año, competía con Iniesta, Arda, Rafinha, André Gomes y Rakitic por la posición y los minutos… No, mire: su producción ha sido escasa, pero su carácter, inexistente, y sin carácter, no me jodan. La inquina hacia el pobre Denis, que nos conmueve cuando juega y que ha hecho cosas tan bonitas como ésta, no nace de lo que hizo él, sino de lo que hicieron los que hacían de él en La Banda. Isco, ganó una Liga. James, ganó una Liga. Morata, ganó una Liga. Lucas Vázquez, ganó una Liga. Hasta el tal Nacho ganó una Liga, joder. Denis nos parece un muy buen futbolista, pero con tan poca sangre no se puede derrotar a la máquina de dolor del tito Flo. En un exceso de benevolencia, le daríamos otro año, con tres condiciones: una, prohibido pisar el centro del campo. Que supla a Neymar y encare rivales si tiene huevos. Dos, que en cada partido dé un palo, eche un grito o se encare con alguien, sólo para saber que no es un robotito engendrado en Silicon Valley. Y tres, que se reúna cada 15 días con algún culer de los buenos, de los seriamente perturbados, de los que venderíamos a familiares directos a cambio de ganar algún partido de mierda. Puede que así entendiera dónde se ha metido y la magnitud de lo que de él se espera.
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