Clásico

El Rónald

27 octubre , 2020

Introito. Seamos decentes. ¿Recuerdan esa cumbre del pensamiento abstracto conocido como banco malo? Les recuerdo: el Estado creó una sociedad, le traspasó toda la mierda infame que existía en los bancos y la dejó circular en su alegre trotar hacia el abismo; a cambio, los bancos pudieron sobrevivir y dentro de todo mantuvieron un prestigio y viabilidad. Pues bien, en esta su milenaria caverna les insto e invito a participar de la creación de un banco malo, que se llamará El Rónald y que es, en efecto, el Ronald Koeman entrenador del Barça. Comencemos, pues.

Corría el minuto 81 de partido, y perdíamos en casa contra el Mal. Estábamos catando esa dureza que tan bien conocemos, la dureza metalúrgica de los Casemiros, el choque con ese plan tan feísta y eficiente y profesional que han llevado a cabo desde que el hombre es hombre para ganar sus partiditos. Estábamos mal, joder, sin un alma en la grada para animar, y sólo nos quedaba… el Rónald. Y el Rónald coge y mete en el campo, aguanten la risa, a Griezmann, Trincao y Dembélé. A los tres. Tres delanteros que sustituían a uno solo, y a dos centrocampistas, bajemos la cabeza en señal de humillación. Y cinco minutos después, quita a un defensa para meter a Braithwaite. Huelga decir que tras ese ataque de genio militar, lo que podríamos llamar la Nelsoninha del Rónald, no volvimos a cruzar el centro del campo -y por cierto, nos metieron el tercero y bien pudo caer alguno más-.

Y ahora que hemos creado el Rónald y sabemos que en ningún caso hablamos de un santo mito, de un señor que tiene cama hecha en todas las casas de este mi país, conviene admitir que sabíamos que era malo -«como Van Gaal, pero en malo», se ha oído decir-, pero lo del sábado fue de sonrojo y cachondeo. Miren, del mismo modo que ver durante años a Mascherano o Gabri en la elite nos hacía saber que podíamos haber jugado en el Barça, ver al Rónald en el banquillo que no hace tanto era el de Guardiola nos hace pensar que también podríamos tener un contrato de, quién sabe, cinco millones de euros al año, los que sean.

La horrenda proeza táctica del Rónald de este sábado nos ha recordado que ni Pelé, ni Maradona, ni Di Stéfano fueron entrenadores dignos de tal nombre. Fueron tan buenos, tal era el talento que les había caído del cielo, que no entendían una puta mierda del juego. Vénganle a Koeman con rollos de que sin medular no existe Barça, díganselo a él, que nos rescató en Kaiserlaurtern poniendo la bola en el tarro de un tío de 1,72 metros en un área llena de teutones en una falta que botó desde Swazilandia. Díganselo a él, que con un hostiazo en Wembley acabó para siempre con el melodrama de un club sin ambición. Díganselo a él, que a veces aún llora cuando recuerda su gol a Pagliuca.

Amigos, el fútbol es una fiesta y conviene no olvidarlo, especialmente por noches felices como ésta. Y como el fútbol es juerga, mejor no dramatizar y ver el lado bueno. A Koeman ya le pueden comprarle y dejarle dobladito bajo la almohada hasta un mullido pijama-manta de color naranja morcilla. Pero del Rónald podemos decir sin equivocarnos que es peor de lo que éramos nosotros a los 15 ante el PC Fútbol. Larga vida a ambos, nuestro manicomio futbolero sería un lugar peor sin ellos.

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