Champions

Silencio

19 febrero , 2014

Qué maravilloso poder oír esa víscera polifónica que es la multitud asistente a un partido de Champions. «Aaaaah!!… Oh!!… HANDBALL!!… Uuuuuuuuuh!!». La huelga de los trabajadores de TV3 nos permitió incluso oír al Tata desgañitarse pidiendo a sus futbolistas más torpes no hacer faltas laterales [Mascherano, Alves y Sex son carne de GAES, ya vieron]. Lo cierto es que el público del City resultó poco entusiasta y frío; aquello parecía más Kensington Palace que una zona dura de Manchester.

El partido arrojó pocas conclusiones. La principal, que éste es un deporte extraño: Xavi acabó el partido con 80 pases más que Touré y sin embargo el City exigió muchísimo más a Valdés que los azulgrana a Joffrey Baratheon. Como de costumbre, la defensa de mantequilla del Barça cedió ante los latigazos del rival, nada nuevo bajo el sol. Pero al City le faltó convicción y el viejo campeón ventiló la eliminatoria con suficiencia, cierto aire de rutina y a penas diez minutos de juego intenso.

Y todo ello, con el silencio.  Un silencio que nos recordó que a veces en el fútbol se dicen muchas tonterías, que entre todos hablamos demasiado. Un silencio estruendoso que nos aclaró que el muy cacareado «modelo City» no es más que otra colección de estrellas adquiridas a golpe de petrodólar. Que por más que nos caiga bien Txiki, el fútbol inglés sigue siendo un asunto eminentemente medieval que como máximo ofrece vértigo y pasión, pero que sigue observando el esférico como un elemento extraño y sospechoso. Que Fernandinho, efectivamente, está más cerca de Gurpegui que de Pelé y que aquello es Silva y Touré y poco más. 

A uno le gustaría pensar que el silencio de Manchester fue el sonido reverencial de quien observa a Messi, cada uno de sus movimientos, toquecitos, arrancadas. A uno le encantaría pensar que el silencio de Manchester fue el del hincha que comprende que a pesar de todos el dinero y toda la retórica, el fútbol sigue siendo en Britania una poco digerible combinación de mucho estiércol y poca flor. En fin. La realidad es que todos sabemos de infinidad de coitos que no merecieron más que un sobreactuado «Aaaaah». 

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