Visita el Barça el Vicente Calderón para jugar ante el Atlético que se siente un grande y vive en su fantasía. Su grandeza, sin embargo, es poco más que una patraña caduca, un mito que se fundamenta sobre tres patas: por una parte, su inigualable y emotiva exaltación de la derrota, por otra, el gusto por los finales cardíacos, las gestas imposibles y los desastres bíblicos, y por último la clase periodística de Madrid, que ama a este club sin mesura ni rubor.
Para una generación, el Atlético es el gran equipo de Aragonés que jugó una final de Copa de Europa y la perdió cruelmente. Para la siguiente, la chirigota de Gil, que en 17 años ganó tres Copas y una Liga pero malgastó millones tan generosamente que se ganó la simpatía de muchos y la consideración de tercer equipo de España.
Pero leyendas al margen, el Barça juega hoy contra un equipo que ha ganado sólo cuatro de los últimos 15 puntos en juego, que en los últimos ocho años ha tenido menos participación en Europa que el Mallorca, el Villarreal o el Getafe y que tiene menos aficionados que el Valencia o el Athletic de Bilbao. Hablando de leyendas: hubo una vez un centrocampista total, que barría el centro del campo con furia, movía el equipo con criterio y veía portería con facilidad.
Pobre Thiago. No quiso ser una estrella. Un fichaje perfecto para el entrañable Atleti, que no quiere ser grande.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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