En el estadio de las torres de doce vueltas, en la ciudad de las palomas robustas y los helados artesanos, en el club maldito que no gana en Europa desde hace casi medio siglo, cuesta mucho encontrar un enemigo.
Contra esa gente acostumbrada a la derrota y la humillación, esa afición que se ha quedado sola recordando su pasado frente a la soberbia del Milan de Berlusconi y la solidez de la Juve de los Agnelli, cuesta inventar venganzas.
Contra esa ONG que se llevó el rencor infinito del mejor delantero que hemos tenido en el siglo XXI a cambio de Ibrahimovic, y encima aspira a llegar a la cima con Motta, poco odio se puede sentir.
Es el popolo nerazurro, el que aún se seca las lágrimas por Ronaldo, el más sentimental del país que más respeta el fútbol en toda Europa. Si no fuera por la fea costumbre que ha adquirido el Barça de ganar, el Inter sería como un hermano gemelo. Se ha quedado en un primo mayor, melancólico y cenizo. Pero sigue lejos de ser un enemigo.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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