En un momento de su vida, Iván Helguera, que jugaba en el Real Madrid, asisitió estupefacto a un extraño fenómeno: se acostumbró a ir de estadio en estadio mientras las aficiones rivales le gritaban aquello tan divertido de «¡Helguera, Helguera, Helguera maricón, maricón, maricón (…)!» o cosas similares. El hombre no era gay y la insistencia en el insulto era tal que hasta la máquina de esputar entendió que algo iba mal. Luego volveremos a eso.
Como saben, en Inglaterra se ha hecho una fracasada campaña para prohibir en los estadios determinados insultos homófobos. Salvo pedirle a Gago un hat trick, pocas cosas más difíciles pueden imaginarse. Pocos han hablado del asunto y casi nunca con un mínimo de credibilidad. A parte de infundios que vinculaban a Mourinho con Robson (no se respeta nada, en efecto), a Guardiola con Figo o a Bogarde con cofradías enteras de folclóricas, cuesta que se hable del tema en serio.
Cuando la cosa sale del territorio del rumor, no mejora. Romário comentó una vez que en fútbol hay muchos gays y que se sentía objeto de deseo. Lippi anunció que jamás ddejaría entrar en la sacrosanta azzurra a un homosexual, dónde va a parar. Eso debe ocurrir porque la sociedad sigue siendo homófoba y el fútbol es un santuario heteromachote. Y seguramente también porque el grito de «¡maricón!» tiene una sonoridad notable y rima en consonante fácilmente.
Esta semana encontré en una fiesta a una señora que conoció en su momento a ese poeta llamado Rochemback. La jamelga contó muchas cosas que inspiran esta entrada. Y, sin saberlo, lanzó una reflexión. ¿Aclamarán algún día las aficiones a un futbolista gay? ¿Lo harían si el gay en cuestión fuera, digamos, el mejor portero del mundo? ¿O el mejor futbolista del mundo?
Y cerremos el círculo recordando al incauto de Helguera. Ocurrió, por aquel entonces, que la revista ‘Zero’ anunció que iba a sacar en portada a un futbolista que salía del armario. No un cualquiera: internacional, podía jugar de defensa o centrocampista, había estado en el Espanyol y militaba en el Madrí. Los índices apuntaron a Helguera. No era él, pero en cualquier caso, la publicación no vio nunca a la luz porque el casto y derechón Ser Superior movió sus hilos.
Para lo bueno y para lo malo, el fútbol sigue siendo un territorio bárbaro al que le faltan muchos siglos para llegar a 1789. Y lo seguirá siendo mientras existan zopencos como nuestro buen amigo, el Floren de las Cavernas.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
16 Comentarios
You must be logged in to post a comment Login