«Una buena sartén debe causar lesiones graves si se la estampas a cualquiera en la cabeza. Si dudas qué se abollará primero -la cabeza de la víctima o la sartén- tira en el acto la sartén a la basura».
Anthony Bourdieu, Confesiones de un chef.
Señoras: hoy, haute cuisine. Debe de parecer extraño cuando el Barça se juega nada más y nada menos que meterse en unas semifinales europeas. Pero la ocasión lo merece: del mismo modo en que la cocina puede ser un arte o un McDonald’s, el fútbol puede ser La Masia o las islas británicas. Se trata, sencillamente, de conocer a un rival mucho más terrible que la exquisitez de Cesc, los voltios de Walcott o los ojos en blanco de Arshavin.
Resulta que el Arsenal es un equipo inglés y como bien saben ustedes, una de las razones para el desprecio que en este foro sentimos por la Premier radica en la locura que preside todas sus acciones. El el de las islas un juego básico, apasionado y viril. En Brasil se juega con las caderas del mismo modo que en Inglaterra todo parte de las entrañas. El fútbol de las Islas, el mejor del mundo para disfrutarlo desde un pub, destaca por sus entradas salvajes y su absoluto desprecio de la táctica, digno de los más descerebrados alumnos de segundo de Primaria. ¿Cambia algo Wenger, ese poeta del rencor? En fin: pongan a un filósofo a los mandos de un tanque y comprobarán que el tanque sigue aplastando todo a su paso.
Y bien, ¿qué ocurría en las islas mientras en Barcelona se gestaban las espumas, las texturas y las deconstrucciones? Seguramente perfeccionaban su técnica para freír pescado podrido con patatas sin que se notara mucho. ¿Quieren saber qué piensa de la cocina el señor Bourdieu, que de ser futbolero amaría la Premier? Dice que en las cocinas trabajan «una sarta de matones, borrachos, rateros, psicópatas y fulanas». Que el oficio «atrae a sujetos al borde de la legalidad, a gentes que han pasado por alguna experiencia atroz en la vida». Que al salir del restaurante y en fechas navideñas, tenía que esforzarse «para no decir: ‘Pásame el jodido pavo, hijo de puta'».
Señores Busquets, Keita, Piqué, Puyol y compañía: mañana no es el Mallorca. Es una banda de locos programada para el saqueo, el pillaje y el homicidio. Van armados con sartenes y buscan venganza.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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