Bajas pasiones

Falso martirio

20 septiembre , 2010


«En un solo relicario, el que hay debajo de la columna de pórfido en el foro de Constantino, se guardaban los santos clavos de la crucifixión, el hacha con que Noé construyó el arca y el dodekathronon, los doce cestos en que se recogieron los panes y los peces que sobraron después de alimentar a cinco mil personas, y que había redescubierto milagrosamente la emperatriz Helena cerca del Mar de Galilea. En otros lugares de la ciudad podían encontrarse la corona de espinas, la cabeza de Juan Bautista (con cabello y barba, según una fuente), los cuerpos de casi todos los inocentes asesinados por el rey Herodes y grandes trozos de la verdadera Cruz».

Desde el monte santo, William Dalrymple

 

 

Con estas palabras describe este muy recomendable libro la sublimación de la mercadotecnia religiosa que se vivía en Constantinopla allá por el siglo VI. El cristianismo era entonces imperante, incuestionable, un dogma. Ustedes me sabrán perdonar, pero saco esto a colación tras la cascada de críticas, insultos e indignadas soflamas por el juego limpio y contra Ujfalusi que se han sucedido en las últimas horas.

 

 

 

De un tiempo a esta parte se ha impuesto en la España mojigata y bienpensante la insólita idea de que el fútbol de alta competición debe ejercer de complemento a los colegios, la Biblia y la Formación del Espíritu Nacional. Se repite que el fútbol de Primera debe dar ejemplo y valores a los niños, como si los jugadores no usaran tacos, como si les hubieran lijado los codos y cortado las lenguas. Esta nueva Constantinopla repudia los escupitajos, censura los insultos y pide pena capital contra las entradas duras.

El fútbol nunca fue eso. Este deporte es un simulacro bélico en que los profesionales juegan para ganar, no para agradar al Dalai Lama ni para complacer a las Hermanitas de la Caridad.

Pero bajemos a los fangos y comentemos la escena del crimen. La entrada fue abajo, sobre el pie. Si llega a ser cinco centímetros más arriba, le rompe el peroné. Pero fue abajo, sinónimo inequívoco de que una entrada es noble o, cuanto menos, de que no es un intento de asesinato. Bien puede interpretarse que Ujfalusi, retratado cada vez que ha jugado en los dos últimos años contra el Barça, llegó tarde. Lo mismo le pasó en esta ocasión, en que cometió penalti sobre la Bestia Parda. El caso es que el tronco checo, que se ha disculpado, vio la roja, cosa justa y castigo suficiente.

 

 

 

 

 

Hagamos aún una última lectura sobre esta acción fortuita de este deporte de contacto que tan poco se parece al ajedrez o al tenis: en las dos últimas temporadas, Messi le ha hecho al Pateti un buen puñado de hijoputeces: forzó un penalti y le metió siete goles. ¿No basta con esa venganza?

 

 

 

Nuestra Bestia Parda estará 15 días de baja, sí. Un atentado al fútbol, sí. Pero no lloren, no se rasguen las vestiduras. Tampoco se rebajen rebuscando entre las reliquias de Constantinopla el tobillo de Messi. Dejen, mejor, que sea él quien clame al cielo. Lo hará con el balón en los pies en el partido de vuelta. Promete ser apocalíptico.

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