Albert

El hogar

3 octubre , 2010

En esta noche funesta me acuerdo de Teresa, la tía exiliada de Ambros Adekwarthi, que vivía en EEUU y volvía un mes y medio cada año a su Suiza natal para ver a su familia. Cuentan que pasaba las tres primeras semanas llorando de alegría; las tres siguientes lloraba de pena. Todas sus cartas comenzaban con una misma introducción: «Queridos familiares que estáis en vuestra casa. ¿Cómo estáis? Yo estoy muy bien».
Y pienso en Maslow, en el segundo eslabón de su pirámide, en el ser humano y sus miserias y sus miedos y su perpetua añoranza del útero.
Una casa segura, una casa.
Sin ella, la nada.

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