«Emil cae de rodillas, hunde la cabeza en la hierba amarillenta y permanece en esa postura varios minutos durante los que llora y vomita y se acabó, se acabó todo«.
Así de patética fue la despedida de Emil Zatopek de las competiciones de fondo: entre lágrimas y sin medalla en unos Juegos. Habían sido años de ganarlo todo, había acumulado hasta nueve récords del mundo en distintas distancias. Así recuerda Correr, de Jean Echenoz, cómo fueron sus últimos días en la élite, sus últimas victorias ya de muy veterano:
«Los camaradas aclaman a Emil instándole a que pronuncie unas palabras en el podio. Estoy contento, declara Emil, pero siento que un joven no haya vencido. Los jóvenes aman más que yo la victoria. Yo tengo 33 años, no tengo la misma voluntad de vencer y sólo corro por el placer de correr. Gracias a todos. Recibe una ovación. Qué gran tipo, piensa la gente, Dios, qué gran tipo«.
Bien podría decirse que este Barça ha ganado demasiado y ha envejecido y que sólo podrá seguir en la cima si logra competir por placer una vez empachados de gloria, goleadas, espectáculo y títulos. Esta noche está en juego el buen ambiente del vestuario y un título hoy en el agreste San Mamés. Y eso en un equipo donde Milito ha anunciado que se quiere ir, porque el orgullo es lo primero para un futbolista y donde jugará Xavi para dejar atrás a Migueli, ese ídolo forjado en época de cartillas de racionamiento. Habrá que ver si el once azulgrana es capaz de sudar y recrear la leyenda de Zatopek, el hombre cuyos rasgos «se distorsionaban como desgarrados por un horrible sufrimiento» cuando corría.
Que su ejemplo llegue al vestuario. Porque han de saber que meses después de su fracaso olímpico y de su adiós, decidió correr una última vez. Fue en un cross del País Vasco. Y esto fue lo que ocurrió: «Más gesticulante que nunca, transfigurado por el esfuerzo como en sus mejores tiempos, se lanza al sotobosque y entra en el hipódromo para ganar con una ventaja de 20 metros, saludado por miles de pañuelos. Todos aclaman al veterano».
Aquel día, como premio, le regalaron un perro al que llamó Pedro. Se despidió el atleta y nació su leyenda, la que años después le llevaría a ser aclamado cuando era un basurero represaliado y trotaba tras el camión por las calles de Praga. Ése era Zatopek, un campeón digno de inspirar a este equipo que divisa ya la anestesia de la eternidad.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
10 Comentarios
You must be logged in to post a comment Login