FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
«Whereas Foreman offered full menace. In any nightmare of carnage, he would go on and on (…). He is conceivably the most frightening unarmed killer alive. With his hands he could slay 50 men before he would become too tired to kill any more. Or is the number closer to 100?»
Kinshasa acogió en 1975 el que puede considerarse el acontecimiento deportivo más grande de todos los tiempos. George Foreman, campeón del mundo de los pesos pesados, considerado una máquina de matar incluso por su círculo más íntimo, se jugaba el cinturón contra Muhammad Ali, el antiguo campeón que perdió el trono por negarse a combatir en Vietnam.
Cuando el mejor Barça de la historia y el Madrid más vanidoso de siempre han de enfrentarse en todos los frentes en un duelo de leyenda, es bueno rescatar los detalles de aquel combate. Tiene razón Johan Vader cuando señala que los partidos realmente importantes serán la final de Copa y la vuelta de Champions en el Camp Nou, que el Barça no puede pretender arrasar y ganarlo todo.
Sin embargo, hay algo previo que la historia del Foreman-Ali nos enseña: para vencer, el primer requisito es asumir la posibilidad de la derrota. A lo largo de The fight, Norman Mailer se adentra en la psique de los dos púgiles y se detiene un episodio trascendental. Los dos boxeadores compartían gimnasio en las semanas de tensión que precedieron al combate. Ali llegaba cuando Foreman acababa su sesión. Fue así como pudo asistir en directo a un horror: su rival acabó un entrenamiento lanzando una antológica serie de entre 500 y 600 puñetazos al saco de arena de cuarenta kilos que sostenía su entrenador. Con toda su potencia y su rabia: “Poom! And pom! And boom! …bom! …boom!”. Ali lo oyó. Mailer lo oyó. El pánico se apoderó de todos los presentes. “They were problably the heaviest cumulative series of punches any boxing writer had seen”.
Y fue entonces cuando el entrenador de Foreman, el astuto Sadler, le gritó a su enemigo: “Don’t stand and freeze, Muhammad. Oh, Muhammad, don’t you stand and freeze!”. Ali acababa de conocer el miedo físico. El miedo al dolor, a la derrota, a la aniquilación de su gigantesco ego de viejo campeón desposeído. Quedaban días para la batalla.
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