El fútbol es la gran feria de las vanidades. Nada resulta tan fácil como detectar a un ególatra sobre el césped, porque habitualmente todo el que llega a la elite es tan bueno como soberbio. Y particularmente cómico es ver a los egoístas disfrazarse de filántropo.
Dentro de muchos años la gente se admirará al saber que Messi e Ibrahimovic coincidieron un año. La pareja, en efecto no pasará a la historia: La Bestia Parda y el Rey de Youtube combinaron poco y colaboraron menos. Con el tiempo se supo que a Cabralocavic se lo comían los celos y la desesperación de haber llegado a un ballet en que no era la prima donna, ni la segunda, ni la cuarta. Nada le frustraba tanto como aquel demonio de 1,69 que a cada actuación dejaba claro quién era el jefe.
Buceando en las interioridades de aquel matrimonio forzoso y mal avenido, uno encuentra cumplidas pruebas de que el sueco se pasó el año reivindicándose, con una actitud victimista made in Camerún, pretendiendo ser la víctima de una conspiración guardioliana y mediática cuya primera consecuencia es que no se le reconocían sus méritos. Observen, ya en la jornada dos, cómo celebró esta asistencia de gol a Messi. Acababa de comenzar el año y el abnegado benefactor se conducía así. Más evidente resultó su distanciamiento tras una asistencia en la jornada 19. Vean al sueco, vean cómo se gira de espaldas para no ver la celebración de su enemigo y piensen en aquellos niños malcriados que piden un Guantánamo a gritos.
Pues bien, mañana por la noche estarán frente a frente. Ibra y su odio milenario frente a Messi, que ni olvida ni perdona. Agárrense al sofá, recen a la salud de los defensas y hagan sus apuestas.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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